Michelle Bachelet in Venezuela, will it make a difference?

Given the complex crisis that Venezuela is going through, it is difficult to evaluate the difference that the United Nations High Commissioner for Human Rights visit can make.

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[EnglishArticle]Last week, Michelle Bachelet visited Venezuela. Surrounded by high expectations from different political and social actors, her visit generates a central question: will the presence of the United Nations High Commissioner for Human Rights in Caracas make a difference in a country that is marked by a deep and widespread humanitarian and human rights crisis?

For many Venezuelans, both opponents of the regime and chavistas, the images of Bachelet with the deceased Hugo Chávez and Fidel Castro are still fresh in their memories. The closeness and public sympathy the two-time president of Chile had with these figures generates fear to the adversaries of chavismo that the June visit was a sort of lifeline for the diminishing movement. And a few officials in Nicolás Maduro’s regime are betting the same.  

Civil society organizations that knew the work of the UN and the clear position of the previous UN High Commissioner for Human Rights were hoping that Bachelet would remain true to her previous statements and early reports dedicated to Venezuela.

This country is going through a complex crisis that is crushing its population, especially the poorest, and has turned into a situation in which a generalized violation of human rights prevails.

Even if the Bachelet of years ago sympathized with Chavez and Castro, today’s Bachelet can hardly contradict the previous statements issued by her own office, the reports of other UN agencies and the very words of the Secretary-General of the United Nations, Antonio Guterres, who has expressed his concern about the generalized crisis of the country, its humanitarian impact and human rights.

While still general, the United Nations Agency for Refugees (UNHCR), coinciding with the visit of the high commissioner, has released figures that detail the severity of the situation in Venezuela. In 2018, Venezuelans, for the first time in history, had the greatest number of asylum applications from all over the world, above countries such as Syria or Sudan.

There have been a total of 341,800 Venezuelans who have requested protection, from a total of 4 million migrants. This figure is provided jointly by UNHCR and the International Organization for Migration (IOM), another UN agency. According to these entities, in just seven months between November 2018 and May 2019, one million Venezuelans have fled this country in crisis.

And it has been precisely the idea that people are fleeing from Venezuela that Bachelet used in her last declaration on Venezuela last March. It is convenient to return to this speech, where the high commissioner portrays a country of extrajudicial executions, of persecution of dissent, of an extended humanitarian crisis and of a government, ruled by Maduro, that does not understand the magnitude of the problems that plague the nation.

Bachelet’s political weight gives her the upper hand against the Maduro regime; it allows her to be able to organize her agenda autonomously, without state interference. Her predecessor, the high commissioner Zeid Ra’ad Al Hussein from Jordan, never managed to realize a visit to the South American country during his administration.

Although chavismo had given a narrative framework to Bachelet’s visit, using their media and propaganda apparatus to make clear that the high commissioner is traveling to Venezuela because the regime arranged it, in reality, the visit is a mandate given to her by the UN Human Rights Council.

The generalized climate of human rights violations in Venezuela has been the subject of discussion in that Council,  with a historic decision condemning the situation approved in September of last year.

With the input and appraisal on the ground that Bachelet was able to collect, as well as a previous technical mission carried out in March, a full report is expected, to comply with the mandate that stemmed from the decision in Geneva, of September 2018, by the Human Rights Council.

Bachelet’s visit could have played (and still could) a positive role in Venezuela if during this visit to Caracas she achieved at least three things: 1) definitively opening the country for the massive influx of humanitarian aid, without political conditions of the regime; 2) installing a local office of the high commissioner for on-site and independent monitoring of the human rights situation in Venezuela; and 3) giving public encouragement to civil society organizations, whose work has been stigmatized by the regime, and get the government to guarantee their unfettered operation.

A massive liberation of political prisoners, which according to credible sources are close to 700, is unlikely to happen only through Michelle Bachelet’s trip to Caracas. Political prisoners are a currency that Maduro will use in a negotiation, just as Daniel Ortega did in Nicaragua.

If Bachelet’s visit concludes with nothing more than ceremonial acts, if nothing happens in the field of human rights and the humanitarian crisis after her stay, an opportunity will have been missed. It will be, in truth, a clear signal that Venezuela will continue to be involved in a crisis that does not seem to have an end and will confirm the limited role of the international community to have a positive impact in this harsh country. [/EnglishArticle][SpanishArticle]

La visita de Michelle Bachelet a Venezuela esta semana, rodeada de altas expectativas por parte de diferentes actores políticos y sociales, genera una interrogante central: ¿marcará alguna diferencia en este país, signado por una profunda y extendida crisis humanitaria y de derechos humanos, la presencia en Caracas de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos?

En el imaginario de muchos venezolanos, tanto opositores como chavistas, prevalecen aun las imágenes de una cercana Bachelet con los difuntos Hugo Chávez y Fidel Castro. Aquella cercanía y pública simpatía de la dos veces presidenta de Chile con estas figuras le generan a los adversarios del chavismo el temor de que la visita, en este junio de 2019, sea una suerte de salvavidas para un chavismo notablemente menguante. Y no pocos funcionarios del régimen de Nicolás Maduro apuestan, también, a que esto sea así.

Desde las organizaciones de la sociedad civil, en tanto la medida en que conocen el funcionamiento de los órganos de Naciones Unidas y que han analizado la trayectoria previa de la oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, esperan que Michelle Bachelet se mantenga en lo que ha sido su discurso previo, así como en la evaluación ya difundida con sendos informes dedicados a Venezuela.

Este país está atravesado por una crisis compleja que impacta a la población, especialmente a los más pobres, y prevalece una vulneración generalizada de los derechos humanos.

Aun cuando la Bachelet de años atrás haya simpatizado con Chávez y Castro, la Bachelet de ahora difícilmente podrá contradecir la documentación previa emitida por su propia oficina, los informes de otras agencias de la ONU y las propias palabras del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, quien ha manifestado su preocupación por la crisis generalizada del país y su impacto humanitario y en los derechos humanos.

Sin ir muy lejos, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en coincidencia con la visita de la alta comisionada, ha difundido una cifra concreta que retrata la grave situación venezolana. En 2018 los venezolanos, por primera vez en la historia, sumaron la mayor cantidad de solicitudes de asilo de todo el mundo, por encima de países como Siria o Sudán.

Han sido un total de 341,800 venezolanos los que han pedido protección, de un total de 4 millones de migrantes. Esta cifra también aportada de forma conjunta por ACNUR y la Organización Internacional de Migraciones (OIM), otra agencia de la ONU. Según estas entidades, en sólo siete meses entre noviembre de 2018 y mayo de 2019 un millón de venezolanos han huido de este país en crisis.

Y ha sido justamente la idea de que la gente huye de Venezuela la que ha usado exactamente Bachelet en su última declaracion sobre Venezuela, en marzo pasado. Conviene volver sobre este discurso, donde la alta comisionada retrata un país de ejecuciones extrajudiciales, de persecución a la disidencia, de una crisis humanitaria extendida y de un gobierno, el de Maduro, que no entiende la magnitud de los problemas que asolan a la nación.

El peso político que tiene Bachelet juega a su favor ante el régimen de Maduro, para que ella haya podido organizar su agenda de manera autónoma, sin interferencias estatales. Su antecesor en el alto comisionado el jordano Zeid Ra’ad Al Hussein nunca logró concretar una visita al país sudamericano durante su gestión.

Si bien el chavismo le ha dado un marco narrativo a la visita de Bachelet, usando su aparato mediático y de propaganda, haciendo ver que la alta comisionada ha viajado a Venezuela porque así lo dispuso el régimen, en realidad esta visita es un mandato dado a ella por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

El clima generalizado de violaciones a los derechos humanos en Venezuela ha sido tema de discusión en dicho Consejo, incluso con una decisión histórica que condenaba tal situación aprobada en septiembre del año pasado.

Con los insumos y apreciaciones sobre el terreno que pueda recoger Bachelet, así como de una misión técnica previa realizada en marzo, se espera un informe completo, para cumplir con el mandato que emanó de la decisión en Ginebra, de septiembre 2018, por parte del Consejo de Derechos Humanos.

Bachelet podría jugar un rol positivo en Venezuela si durante esta visita a Caracas logra al menos tres cosas: 1) abrir definitivamente el país para el ingreso masivo de ayuda humanitaria, sin condicionamientos políticos del régimen; 2) instalar una oficina local del alto comisionado para el monitoreo in situ e independiente de la situación de derechos humanos en Venezuela; 3) dar un aliento público a las organizaciones de la sociedad civil, cuyo trabajo es estigmatizado por el régimen, y lograr garantías para su desempeño con libertad.

Una liberación masiva de presos políticos, que en Venezuela son cerca de 700, es improbable que ocurra por el solo hecho de que Michelle Bachelet visite Caracas. Los presos políticos son una moneda de canje que Maduro usará en cualquier instancia de negociación, tal como acaba de ocurrir en Nicaragua.

Si la visita de Bachelet concluye sin nada más que actos protocolares, si nada ocurre en el campo de los derechos humanos y de la crisis humanitaria tras su estadía, no sólo se habrá perdido una oportunidad. Será, en verdad, una clara señal de que Venezuela seguirá envuelta en una crisis que no parece tener fin, y confirmará el rol limitado de la comunidad internacional para incidir positivamente en este duro contexto-país. [/SpanishArticle]

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