Comparar el proceso político de la Venezuela actual con otras experiencias autoritarias y su transitar hacia la democracia es sin duda un buen ejercicio. El mundo ha conocido exitosas transiciones, pero también han triunfado severas regresiones en la lucha democrática. Todo ello debe ser escudriñado. Sin embargo, el aquí y ahora venezolano marcado nuevamente por un régimen dictatorial, junto a la ausencia de perspectivas reales de cambio democrático en el corto plazo, también deben llevarnos a mirar nuestra historia reciente para de ella extraer algunas enseñanzas.
Amateur como lo soy en el campo de los estudios históricos, apelé a la lectura de los tomos editados por la Fundación Polar en el año 2000 (con reedición en 2003, que son los que en definitiva tengo en mis manos) para tener una mirada comprehensiva del siglo XX venezolano. Además de los artículos centrados en problemas específicos del ser venezolano, el tomo 1 contiene tres valiosas entrevistas con protagonistas-analistas de ese período: Ramón J. Velásquez, Germán Carrera Damas y José Manuel Briceño Guerrero. La entrevista con Velásquez me resultó aleccionadora y lo que planteo a continuación proviene en buena medida de lo que me provocó su lectura.
Se ha dicho con frecuencia pero es sin duda un asunto sobre el que conviene insistir. La república civil de 40 años (1958-1998) ha sido una excepción en nuestra historia como nación. Lo usual ha sido una Venezuela bajo el mando de hombres fuertes que imponen su orden sobre la sociedad. Lo usual en nuestra historia, y también marcó al siglo XX, ha sido la presencia de caudillos militares en el ejercicio del poder. El chavismo-madurismo, en ese sentido, no es una anomalía. Al contrario, encarna una manera tradicional de cómo se ha ejercido el poder en Venezuela.
El desafío de reivindicar a la democracia y a los héroes civiles también tiene sus bemoles. No todo fue color de rosa en el período previo a la llegada de Chávez al poder. Al contrario, al desvirtuarse el modelo democrático (Velásquez apunta el año 1974 como el principio del fin) se abrió paso para que un nuevo caudillo militar se hiciera del poder, incluso usando la plataforma electoral que había sido una de las grandes banderas del sistema político venezolano entre 1958-1998.
Corrupción, rentismo, cúpula desconectada del pueblo, decisiones gubernamentales no enfocadas en el bien común… Todo aquello marcó la etapa final de la república civil y en una suerte de ritornelo también simbolizan el epilogo del chavismo-madurismo.
Cada hombre fuerte en el poder, una vez que se hizo de la presidencia, presentó una reforma de la constitución o constituyente. La excepción, de nuevo, fue la constitución de 1961. Cada gobernante militar generó una carta magna o varias (según haya sido su permanencia en el poder) que sencillamente le refrendara. La ANC de Maduro, en ese sentido no es algo distinto a lo que hizo Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez.
Vivimos en Venezuela en dictadura. Eso se ha convertido en verdad no sólo para los venezolanos, sino que también así lo ha comprendido la comunidad internacional. La censura a la información y opinión, especialmente en los grandes medios de comunicación del país es moneda corriente. Velásquez precisamente apunta a la “mudez” en la que se debió vivir la mayor parte del siglo XX venezolano. La censura atravesó, con períodos que constituyeron excepciones, a la sociedad con secuelas de todo tipo ya que también impacto la generación de contenidos artísticos o educativos. Han sido más los años que la sociedad venezolana vivió sin acceso a la información de forma plena, que los años en los que sí tuvo dicho acceso.
Asdrúbal Baptista, en la entrevista con Ramón J. Velásquez, tras varias páginas sintetiza el aspecto medular sobre el que ha gravitado el entrevistado, quien compartió larga trayectoria parlamentaria con el estudio de la historia venezolana y además cerró su vida pública con un paso breve por la presidencia de la República (1993-94): Lo permanente venezolano es el autoritarismo.
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