No hay ninguna innovación de diseño político institucional más moderador que la segunda vuelta en elecciones. Porque la segunda vuelta obliga a que los candidatos adopten posiciones mayoritarias en busca del votante mediano -aquel que garantiza la mayoría absoluta de los votos- la adopción de la segunda vuelta es una medida que debiese existir en todas las elecciones uninominales.
Los beneficios de la segunda vuelta destacan como una de las áreas más importantes de consenso en la ciencia política. Cuando una elección para un cargo uninominal -como presidente, alcalde o gobernador- se decide en primera vuelta, existe el riesgo que gane un candidato minoritario. En cambio, con segunda vuelta, el candidato ganador necesita alcanzar una mayoría de los votos y, por lo tanto, se ve obligado a adoptar posiciones moderadas, ya sea para pasar a segunda vuelta o una vez que haya logrado pasar a segunda vuelta. Junto a la concurrencia de las elecciones presidenciales y legislativas -esto es, que se hagan el mismo día- la adopción de la segunda vuelta es la mejor vacuna contra la existencia de gobiernos minoritarios en sistemas presidenciales como el chileno.
Resulta irónico que la segunda vuelta en elecciones presidenciales haya sido introducida en Chile por la constitución de 1980. Aunque comprensiblemente sea un trago amargo para sus detractores, Pinochet debe recibir el crédito por introducir un mecanismo que hace imposible que un candidato llegue a la presidencia sin contar con una mayoría absoluta de los votos. La decisión de la dictadura de adoptar la segunda vuelta en elecciones presidenciales se explica por la traumática experiencia del gobierno de Salvador Allende. El candidato de la Unidad Popular probablemente jamás hubiera llegado a La Moneda de haber habido segunda vuelta. O bien, con segunda vuelta, su programa de gobierno tendría que haberse moderado sustancialmente. Tanto Allende como Alessandri tendrían que haber moderado sus propuestas si, en septiembre de 1970, hubiera habido segunda vuelta presidencial -el centro hubiera decidido esa elección-.
Desde que se realizaron por primera vez, en enero de 2000, las segundas vueltas en las elecciones presidenciales en Chile han tenido el efecto de moderar las posiciones adoptadas por los candidatos presidenciales en primera vuelta. Ricardo Lagos fue mucho más moderado en enero de 2000 que en la campaña de primera vuelta de diciembre de 1999. La misma historia se repitió en enero de 2006 y 2010. Si bien en 2013 Bachelet no necesitó moderarse para la segunda vuelta de diciembre (respecto a sus posiciones en la campaña para la primera vuelta de noviembre), la debilidad de su rival explica su cómoda victoria. Está fresco en la memoria nacional el efecto moderador que tuvo la segunda vuelta en la campaña exitosa de Piñera a fines de 2017.
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