The renegotiation of NAFTA can be an opportunity, not a death knell

Yes, there’s the economic illogic of the surplus/deficit evaluation of trade in the Trump administration’s NAFTA objectives. But there’s also a lot of positive language that outweighs it.

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[EnglishArticle]Earlier this week, the Office of the U.S. Trade Representative released its objectives for the reform of the North American Free Trade Agreement (NAFTA). Though the Office clearly drafted the recommendations with the current occupant of the White House in mind, the document is nevertheless strikingly bipartisan, reasonable and, most important, seemingly workable. Instead of using the negotiations as a tool to further withdraw the U.S. from its role as a leader in regional affairs if it follows its own objectives, the Trump administration can capitalize on the renegotiation of NAFTA as an opportunity to reaffirm the U.S.’s commitment to leadership in the hemisphere.

Some of the objectives outlined in the agreement overlap with Canadian and Mexican objectives for renegotiation.  Though there are points of potential disagreement in the document, all three parties support the idea that the agreement needs refreshing as it enters its third decade. On issues such as updating rules of origin, harmonizing regulations and reducing barriers for the technology and services (telecommunications, banking, etc.) industries especially, there will be little disagreement.

[reportPullQuoteRight]”This is the chance the administration has been waiting for. The objectives reflect a bi-partisan approach, and the three countries generally agree on the principal aims of renegotiation.”[/reportPullQuoteRight]

Nevertheless, objectives such as the implementation of stricter environmental and labor provisions and the scaling back of barriers for U.S. agricultural products and Canadian and Mexican exemption from regulations in the U.S. are likely to meet some resistance from U.S. neighbors to the north and south.

And then there’s the language of addressing the imbalance of countries like Mexico with which the U.S. has a trade deficit.  Sure, it flies in the face of basic understanding of international trade economies, but other language in the document that reinforces U.S. support for the free flow of goods and services indicates that the answer will not be protectionism but finding ways to increase U.S. exports to those countries to correct the imbalance.  And who can be against that?   (And who can measure the impact of measures intended to do that in two or three years?  Declare victory, move on.)

The fact that a renegotiated NAFTA won’t exactly mirror American objectives shouldn’t mean that the Trump administration should balk at the opportunity to tally its first major trade achievement. Quite the opposite. This is the chance the administration has been waiting for. The objectives reflect a bi-partisan approach, and the three countries generally agree on the principal aims of renegotiation.

The chances for success increase dramatically if President Trump can focus on substantive areas for improvement, such as holding the Mexican government accountable to creating a more flexible labor market that allows wages to respond to rise with productivity and thus reduce the pressure on the U.S. workforce.  In this, the Trump administration has a golden opportunity: in one fell swoop, its renegotiation can both help the American worker by leveling the playing field with Mexico in terms of wages, improve the living standards and wages of Mexican laborers in the formal sector, and reassert United States leadership in the region.

There are obstacles to achieving what would be perhaps the first tangible and positive policy achievement of the Trump presidency. First and foremost is the president’s tendency for self-destruction. If Trump can’t look past his fixation with the U.S. trade deficit with Mexico (reflected in the document’s mention of surplus and deficit trade partners) the renegotiation efforts may never get off the ground. Next, the president could very well wake up early one morning and blow up the entire effort with an ill-advised Tweet. Finally, sensitive diplomatic issues, such as Mexico’s understandable aversion to the proposed border wall, may also interfere with the negotiations.

When the renegotiation of NAFTA starts on August 16 , keep an eye on how President Trump’s statements (and Tweets) reflect the ongoing process. If he stays on message and focuses on areas with potential for meaningful change for the average American, a renegotiated NAFTA could stand as proof of Trump’s commitment to helping his core demographic—the disillusioned American worker—and also (surprise!) build U.S. leadership in the region.  Who would have thought that a free trade agreement would present President Trump with an opportunity to score a major policy victory?  Fingers crossed.

 

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A principios de esta semana, la Oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos publicó los objetivos para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Aunque la Oficina redactó claramente las recomendaciones con el actual residente de la Casa Blanca en mente, el documento es sorprendentemente bipartidista, razonable y, lo más importante, factible. En lugar de utilizar las negociaciones como una herramienta para replegar a los Estados Unidos de su papel de líder en asuntos regionales, la administración de Trump podría capitalizar la renegociación del TLCAN como una oportunidad para reafirmar el liderazgo de los Estados Unidos en el hemisferio.  

Algunos de los puntos delineados en el documento coinciden con objetivos de renegociación canadienses y mexicanos. Aunque hay puntos de posible desacuerdo, los tres países involucrados apoyan la idea de que el acuerdo necesita ser renovado a medida de que se encamina a la tercera década. En cuestiones como la actualización de las normas de origen, la armonización de los reglamentos y la reducción de las barreras de entrada, en particular para las industrias de tecnología y servicios (telecomunicaciones, banca, etc), habrá lugar a poco desacuerdo.

Sin embargo, objetivos tales como la implementación de disposiciones ambientales y cláusulas laborales más estrictas, la reducción de barreras para  productos agrícolas provenientes de los Estados Unidos, así como la exención regulatoria de México y Canadá en el mercado estadounidense, son tópicos que probablemente encuentren cierta resistencia por parte de los vecinos estadounidenses al norte y al sur.

Y luego está la interpretación del lenguaje que aborda el desequilibrio comercial con países como México, con el que Estados Unidos mantiene un déficit. Resulta un tanto contradictorio a los supuestos básicos del comercio internacional, pero otro lenguaje en el documento-que refuerza el apoyo estadounidense a la libre circulación de bienes y servicios-indica que la respuesta no será el proteccionismo sino la de encontrar maneras de aumentar las exportaciones de EE.UU. a sus socios comerciales para así corregir tal desequilibrio. ¿Quién podría estar en contra de eso? (¿Y quien se encargaría de medir el impacto de las normas generadas a corregir tal desequilibrio en unos dos o tres años? Canten victoria y demos por terminado este asunto).

El hecho de que un TLCAN renegociado no incluye absolutamente todos los objetivos estadounidenses no debería significar que la administración del Trump se resista a la oportunidad de conseguir un logro comercial importante. Todo lo contrario. Esta es la oportunidad que la administración ha estado esperando. El documento cavila un enfoque bipartidista y los tres países generalmente coinciden en los objetivos principales de la renegociación.

Las posibilidades de éxito aumentarían drásticamente si el Presidente Trump logra concentrarse en áreas de mejora sustantivas, como la de hacer responsable al gobierno mexicano de crear un mercado laboral más flexible que permita a los salarios responder al aumento de la productividad, para reducir la presión sobre a los hombros de los trabajadores estadounidenses. En este punto, la administración de Trump tiene en sus manos una oportunidad de oro para matar varios pájaros de un tiro: las rondas de renegociación podrían ayudar tanto al trabajador estadounidense a nivelar el campo de juego con México en términos de salarios, mejorar el nivel de vida y los salarios de los trabajadores mexicanos en el sector formal, y la reafirmación del liderazgo de Estados Unidos en la región.

Existen algunos obstáculos para concebir el primer logro político tangible y positivo de la presidencia de Trump. En primer lugar, la tendencia del presidente a la autodestrucción. Si Trump no puede mirar más allá de su fijación con el déficit comercial de Estados Unidos con México (mencionado en el documento como socios comerciales deficitarios), las rondas de renegociación podrían no ver la luz. Asimismo, el presidente podría muy bien despertar temprano una mañana y mandar a volar todo el esfuerzo logrado con un Tweet más que inoportuno. Finalmente, cuestiones diplomáticas delicadas también pueden interferir con las negociaciones, como lo es la aversión comprensible de México a la propuesta del muro fronterizo.  

Cuando la primera ronda de renegociación del NAFTA comience el próximo 16 de agosto, observe cuidadosamente cómo las declaraciones del Presidente Trump (y sus respectivos Tweets) reflejan el proceso en curso. Si se mantiene en el mensaje y se centra en las áreas con potencial de cambio significativo para el estadounidense promedio, un NAFTA renegociado podría ser una prueba del compromiso de Trump de ayudar a su núcleo demográfico -el desilusionado trabajador americano- y de paso (¡sorpresa!) reconstruir el liderazgo en la región. ¿Quién se hubiera imaginado que un acuerdo de libre comercio se le presentaría al Presidente Trump como una oportunidad de anotar una gran victoria política? Crucemos los dedos.  

 

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