Si bien tener un alto reconocimiento de nombre es clave para aspirar a estar en el grupo de los favoritos para suceder a Sebastián Piñera, resulta contraproducente invertir demasiado tiempo, recursos y energía en una carrera presidencial a la que muy poca gente está poniendo atención. Como esta será la primera elección desde 2005 sin un expresidente como candidato, la cancha estará bastante abierta para que aspirantes de último minuto logren convertirse en la novedad y desafíen la supuesta ventaja de aquellos que empezaron a preparar sus candidaturas desde mucho antes.
En política también existe la tensión entre el “al que madruga, Dios lo ayuda” y el “no por mucho madrugar amanece más temprano”. Hay algunos que creen que mientras más pronto se trabaje por un objetivo, más posibilidades de éxito hay; otros piensan que sirve de poco utilizar valiosos recursos en emprender una empresa antes de que haya suficiente demanda por lo que uno está ofreciendo. El saludable equilibrio está en saber qué se puede comenzar a hacer desde ahora y qué actividades hay que hacerlas solo cuando haya agua en la piscina.
Para los que aspiran a ser candidatos, resulta clave lograr ser lo suficientemente conocido desde antes que empiece la campaña. De eso depende su viabilidad. Esto no significa que la gente tenga que conocer al candidato en una dimensión política. Basta con que lo sea en alguna dimensión. En 2017, por ejemplo, la candidatura de Alejandro Guillier tomó fuerza precisamente porque Guillier, que ya llevaba cuatro años en el Senado, era más conocido por los muchos años que fue rostro de las noticias en televisión. Por la misma razón, cuando un expresidente se presenta como candidato, su alto reconocimiento de nombre rápidamente lo posiciona como uno de los favoritos para ganar la elección.
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