Obama, un cable a tierra

Las memorias del expresidente estadounidense (Una tierra prometida) no entregan grandes impresiones acerca de las luchas políticas que debió enfrentar durante sus dos mandatos, ni tampoco de las personalidades internacionales con las que trató. Lo que hace grande a este libro es la percepción que Obama (sus análisis y reflexiones, su confianza intuitiva) tiene de las personas comunes y corrientes. ¿No es eso lo que se espera de un líder, la interpretación de los sueños y temores de la ciudadanía? De manera sutil, entonces, la lectura de esta autobiografía es una suerte de clase sobre la democracia y la responsabilidad que implica asumir la representación de otros.

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Las biografías de los expresidentes estadounidenses son como las películas de James Bond: predecibles de comienzo a fin, pero siempre hay alguna característica que hace que cada iteración de la saga de reflexiones sobre sus años en la Casa Blanca tenga su propio sabor. Mientras Mi vida, de Bill Clinton, mostró con lujo de detalles su habilidad para hacer campaña y su interés en influir en los grandes temas políticos internacionales, en All the Best (Lo mejor), George H. Bush recopila cartas escritas a lo largo de 70 años, las cuales muestran sus elitistas preocupaciones por el orden mundial y esa actitud de derechos adquiridos de oligarca interesado en mantener la supremacía estadounidense que siempre lo caracterizó.

Una tierra prometida, de Barack Obama, también tiene su propio acento. Como todas las autobiografías presidenciales, el libro está lleno de referencias indirectas que buscan aclarar confusiones, criticar la poca visión de adversarios y algunos aliados, burlarse de las obsesiones de otros actores políticos con los que le tocó interactuar, justificar algunas de sus decisiones polémicas y explicar algunos de sus errores y omisiones. Para los lectores que no están necesariamente versados sobre la política cotidiana estadounidense, muchos de esos detalles pasarán inadvertidos y decenas —sino cientos— de las 700 páginas del libro se tornarán tediosas o llenas de detalles y referencias que serán difíciles de entender. Pero ya que está maravillosamente bien escrito y combina magistralmente descripciones, análisis y reflexiones, el libro resulta una placentera experiencia de lectura incluso para aquellos que no siguieron al detalle —o no están interesados en aprender— lo que ocurrió en los dos períodos en que Obama fue presidente de los Estados Unidos.

Los mejores momentos y las perspectivas más profundas que ofrece el libro están en las primeras 200 páginas, cuando Obama cuenta sobre sus primeros años en política y recrea la campaña presidencial de 2008. Esas páginas están llenas de ideas sobre lo que significa hacer carrera política, sobre la ambición que tiene todo político de poder llegar a posiciones de más poder y sobre la compleja interacción que existe entre los políticos y los ciudadanos que depositan su confianza —y sueños y temores— en sus representantes. Precisamente porque la política consiste en tener que negociar y forjar acuerdos con personas que piensan de forma diametralmente distinta y, muchas veces, hay que hacer esa negociación desde una posición minoritaria o de debilidad, las anécdotas y pensamientos que comparte Obama iluminan la complejidad del desafío de representación democrática. Comentando una vez que invitó a su entonces novia, Michelle, a una reunión en una organización comunitaria en la que trabajaba, Obama recuerda que, después de la reunión, ella le dijo que había sentido que él le daba esperanzas a la gente. Obama recuerda que él le contestó que la gente necesitaba más que solo esperanza. Obama luego cuenta que en ese momento estaba indeciso entre la tentación de liderar los cambios y la de empoderar a las personas para que ellas mismas pudieran generar sus cambios. En esa reflexión, Obama cristaliza el problema de la representación democrática. Porque todas las personas creen que sus problemas son los más importantes y su visión de vida la que más beneficio traerá al país, hay un elemento ineludible de decepción en el proceso de representación democrática, tanto para los que buscan ser representantes como para los ciudadanos que buscan ser representados.

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