Para aquellos que creen que la política consiste en construir muros en vez de puentes, obstruir es siempre una mejor estrategia que emprender el complejo camino de construir acuerdos. Aunque es mejor para el país que sus líderes políticos acepten acuerdos que son menos que óptimos desde sus visiones ideológicas, no faltan los líderes que prefieren dedicarse a bloquear desde la oposición las iniciativas del gobierno con la esperanza de que la gente castigue a las autoridades por sus insuficientes logros. La gran decisión que debe tomar ahora la izquierda chilena es si quiere dedicarse a usar su mayoría en el Congreso para obstruir al gobierno de Piñera o si quiere apostar a que en, cuando los chilenos vayan a las urnas en 2021, premien a una izquierda que se dedicó a construir más que a un gobierno que tendrá resultados positivos que mostrar.
A menudo cuando un político muere o se retira, sus simpatizantes destacan la consecuencia con la que ese político luchó por sus ideales. Pero si bien es esencial que los buenos políticos tengan un norte que guíe sus pasos, la negociación y búsqueda de acuerdos es inherente a su oficio. En política no se avanza en línea recta. Porque hay obstáculos y hay diseños institucionales que promueven la formación de grandes mayorías, los políticos que quieren avanzar sin transar o que buscan pasar retroexcavadoras siempre terminan viendo sus planes frustrados. Es verdad que algunos, al perder la paciencia, rompen las reglas del juego y usan herramientas autoritarias para tratar de imponer sus visiones y posturas. Pero las ventajas que pueden obtener al alejarse del juego democrático más temprano que tarde se convierten en pasivos que su propio sector deberá pagar por largos años. Después de dos décadas de morder el polvo de la derrota electoral, la derecha chilena aprendió con sudor y lágrimas la lección por haber apoyado a una dictadura militar. Hoy, en su segundo período en el poder, parece convencida de la necesidad de gobernar construyendo acuerdos.
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