Resulta incomprensible que, habiendo un Presidente electo democráticamente que está a semanas de asumir el poder, ni el gobierno saliente de la Presidenta Bachelet ni el equipo del Papa Francisco hayan considerado apropiado incluir a Sebastián Piñera en alguna de las actividades oficiales de la visita papal a nuestro país. Porque se supone que el Papa es el líder espiritual de todos los católicos —y no sólo de los católicos izquierdistas—, resulta lamentable que esta gira se haya contaminado con las divisiones de la política chilena cotidiana. Como todavía hay tiempo de enmendar el error, sería óptimo que, antes de salir del país, Francisco se entrevistara también con Piñera, toda vez que las relaciones entre el Estado Vaticano y el Estado de Chile pronto serán manejadas por representantes de ambos jefes de Estado.
Al ser el líder religioso de la Iglesia con más feligreses en Chile y, a la vez, ser el jefe del Estado Vaticano, la visita de Francisco combina elementos religiosos y políticos. Si bien esta vez ha generado menos interés —y más polémica— que la primera visita de un Papa, realizada por Juan Pablo II en 1987, es innegable que la llegada de Francisco es bastante más importante que la de casi cualquier otro jefe de estado extranjero. Hay pocos Presidentes que logran despertar la atención —y generar el tipo de polémicas— como él. Tal vez sólo Donald Trump, el controversial Presidente estadounidense, generaría más cobertura mediática. Aunque, probablemente, esa visita generaría muchas más reacciones negativas que las que ha generado la llegada del líder de la Iglesia católica.
Pero, más allá de las pasiones a favor y en contra que despierta la visita del Papa —dada las doctrinas, políticas y estrategias que ha privilegiado la iglesia en temas controversiales y las que ha defendido el propio Pontífice— hay una dimensión de visita de Estado que no se puede olvidar. El Papa es el líder del Estado Vaticano y, como tal, debiera actuar de forma consecuente con lo que se espera de los jefes de Estado en visitas diplomáticas a países amigos. Entre esas expectativas destaca la formalidad de reunirse con las autoridades locales. Cuando el país atraviesa una transición política entre dos administraciones democráticamente electas, también es costumbre que los visitantes se reúnan con las autoridades a punto de asumir. Al irrespetar esa loable tradición diplomática, el Papa envía un mensaje político impropio para una autoridad religiosa.
Dejando ver que prefiere interactuar con el gobierno saliente de izquierda que con el gobierno entrante de derecha que fue legítimamente electo, Francisco realiza un innecesario desaire al sistema democrático chileno. A su vez, al no insistir en involucrar al Presidente electo en las actividades con el Jefe de Estado del Vaticano, el gobierno de Bachelet también viola una tradición democrática de respeto por la voluntad popular. Después de haberse comportado ejemplarmente al realizar una llamada telefónica a su sucesor democráticamente electo la misma noche de la elección y haberse reunido con él al día siguiente, Bachelet mancha innecesariamente su legado no incluyendo a Piñera en las actividades oficiales de la vista de Francisco.
Para leer más, visite El Líbero.