Patricio Navia: El Chile de la esperanza y de la frustración

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Como evidenciando una cierta bipolaridad, la sociedad chilena ha transitado rápidamente entre la esperanza y la frustración en los últimos 3 años. Aunque el mundo efectivamente ha dado razones para caer a veces en la depresión y otras en la euforia, parece más sensato aprender a ser menos entusiastas cuando hay viento de cola y menos pesimistas cuando el viento nos golpea de frente. El proceso constituyente, que tendrá su segundo gran momento el 10 y 11 de abril con la elección de las personas que conformarán la convención constitucional, comprensiblemente genera fundados temores en muchos y un esperanzador entusiasmo en otros. Pero, así como hemos aprendido que las buenas noticias siempre tienen letra chica y que las malas noticias a veces producen también oportunidades, debiéramos aprender a evitar creer equivocadamente que el proceso constituyente será la píldora mágica que ponga al país en un mejor sendero de desarrollo o que terminará poniéndole la lápida a nuestro sueño de ser el primer país industrializado de América Latina.

La lógica de encontrar todo malo o todo bueno lleva a drásticos cambios de ánimo. Cuando Sebastián Piñera asumió el poder en marzo de 2018, su gobierno intentó materializar su promesa de tiempos mejores con actos simbólicos importantes, como el retiro del proyecto de nueva constitución que había presentado Bachelet pocos días antes de dejar el poder y con un proyecto de reforma al sistema de pensiones que se alejaba de lo que había propuesto Bachelet. Un año y medio después, los entusiastas del estallido social hablaban con emoción de la aparición de un nuevo Chile y argüían que el país había despertado después de 30 años (tácitamente desconociendo los enormes progresos que había experimentado el país desde el fin de la dictadura).

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