Tal como los estadounidenses y los brasileños se enceguecieron con la alternativa de escoger a quienes prometían refundar sus democracias y pasar a retiro a la vieja clase política, muchos chilenos están embriagados con la idea de que una nueva constitución vendrá a solucionar los problemas que enfrenta el país.
Las sorpresivas llegadas al poder de Donald Trump en Estados Unidos en 2016 y Jair Bolsonaro en Brasil en 2018 comparten un factor común. En ambos casos, los candidatos se presentaron como foráneos al desacreditado sistema político de sus países y lograron convencer a un porcentaje importante del electorado que ellos tenían la receta mágica para solucionar los problemas que enfrentaban.
En ese sentido, la campaña a favor de una nueva constitución en Chile se parece a los fenómenos de Trump y Bolsonaro. Para muchos chilenos, la nueva constitución funciona como un símbolo de su voluntad de querer remplazar a la actual clase política y, sobre todo, se ha convertido en una especie de receta mágica que busque solucionar todos los problemas que enfrenta el país. Pero en los casos de Trump y Bolsonaro, sus gobiernos han exacerbado los problemas que enfrentaban antes de su llegada al poder. Porque en política las balas de plata no existen y porque esos deseos de refundarlo todo y empezar de nuevo solo terminan en profundizar más los problemas que se quieren solucionar, el proceso constituyente en Chile nos llevará por el mismo camino de las decepcionantes experiencias de Trump y Bolsonaro en sus países.
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