Los que tienen un martillo a veces creen que todos los problemas son clavos. El gobierno de la Nueva Mayoría, ante sus discretos resultados económicos y dado lo poco competitivos que son los dos presidenciables del sector —los senadores Alejandro Guillier y Carolina Goic—, ahora busca pinochetizar la campaña electoral. Como no puede ganar a partir de la evaluación que hacen los chilenos del cuatrienio y como su propuesta electoral no prende, la Nueva Mayoría levanta temas de derechos humanos, por ejemplo, levantar el secreto de los testimonios ante la Comisión Valech (de tortura en dictadura), para convertir la elección de noviembre en una repetición del plebiscito de 1988.
Como la derecha chilena apoyó a la dictadura militar —y por lo tanto se hizo cómplice silenciosa de las violaciones a los derechos humanos cometidos por el régimen—, la Concertación/NM se apropió de una superioridad moral en cuestiones de derechos humanos. Si bien la derecha intentó igualar las condiciones alegando que varios de los líderes y partidos de la NM defendían —y defienden— otras dictaduras que violan los derechos humanos, para los chilenos es peor haber defendido una dictadura que mató chilenos que otra que mata a ciudadanos de otros países.
Pero el implacable paso del tiempo hace que los eventos del pasado vayan perdiendo relevancia. Ya que hay un número creciente de electores que no tiene memoria de la dictadura —aunque en Chile los jóvenes también votan menos que los adultos que vivieron esa época— y y ya que muchos otros están más preocupados de los problemas que enfrenta el país hoy, y de las capacidades de los distintos candidatos para solucionarlos, que de lo que hicieron la derecha o la izquierda hace 44 años, el esfuerzo por pinochetizar las campañas es cada vez menos exitoso.
Como además la derecha ya gobernó entre 2010 y 2014, el recuerdo más presente que tiene la gente de un Presidente del sector no es Pinochet, sino Sebastián Piñera. Éste nunca fue parte de la dictadura y estuvo a favor del No en el plebiscito de 1988. Por eso, la combinación del tiempo que ha pasado con los atributos y trayectoria del candidato de derecha hacen difícil que la bala de plata que ayudó a la Concertación/Nueva Mayoría a ganar elecciones en el pasado vuelva a funcionar.
Después de la muerte de Pinochet en 2006, la Nueva Mayoría ha buscado sucedáneos del ex general para utilizarlos en su esfuerzo por polarizar al electorado detrás de los viejos extremos del Sí y el No en 1988. En 2013, oponerse a la Constitución de Pinochet funcionó como un sucedáneo relativamente exitoso. Pero como Bachelet nunca cumplió con su promesa de impulsar un proceso constituyente en el Congreso —sólo hizo un proceso consultivo no vinculante, especialmente costoso y simbólico, pero sin consecuencias reales—, usar esa herramienta resulta difícil. Aunque bien pudiera ser que en octubre, semanas antes de la elección, Bachelet opte por enviar un proyecto de ley al Congreso, aplicándole urgencia a la discusión, para intentar volver a convertir el debate sobre la nueva Constitución en un arma para la campaña presidencial.
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