Ahora que el país tiene un sistema de representación proporcional para elegir a los legisladores, deberemos empezar a acostumbrarnos a que los presidentes difícilmente tendrán una mayoría en el Congreso Nacional. El gobierno se podrá enojar con la oposición, acusándola de obstruccionista, y la oposición podrá responder acusando al gobierno de intransigente. Pero el nuevo status quo será que el presidente siempre tendrá que enfrentar a un congreso hostil. La causa de este problema está en que el nuevo sistema electoral genera un congreso fragmentado, lo que dificulta la construcción de coaliciones mayoritarias que puedan trabajar con los gobiernos para avanzar una agenda legislativa.
Entre 1990 y 2018, el sistema político chileno combinó un fuerte sistema presidencial con el sistema electoral menos proporcional de todos. Aunque muchos lo definieron como semi-mayoritario (un concepto tan difícil de entender como que una mujer está “semi-embarazada”), el binominal en realidad era un sistema proporcional, pero como se distribuían solo dos escaños por distrito o circunscripción electoral, generaba fuertes incentivos para que los partidos se agruparan en coaliciones. Por eso, y porque las elecciones legislativas coinciden con las elecciones presidenciales (que además tienen segunda vuelta), los partidos han debido mantenerse agrupados en torno a coaliciones (incluso el Frente Amplio terminó apoyando al candidato de la Nueva Mayoria en segunda vuelta). Por cierto, cuando los críticos del binominal criticaban el sistema diciendo que era único en el mundo, la crítica era tan correcta como trivial. Después de todo, la combinación de reglas electorales que hay en cada país hace que cada país tenga un sistema electoral único.
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