Todos los candidatos presidenciales inevitablemente caen en el juego de afirmar que el país estará mejor si ellos resultan victoriosos. Pero al sugerir que el país atraviesa por una severa crisis institucional, el ex Presidente Ricardo Lagos tácitamente se ha auto designado salvador de la institucionalidad. Sus declaraciones recuerdan la autodestructiva advertencia del dictador Pinochet que, antes del plebiscito de 1988, las opciones eran él o el caos. Lamentablemente para Lagos, los chilenos no creen que el país atraviese por una crisis terminal. Al contrario, la percepción generalizada es que tenemos la oportunidad de construir una mejor democracia, con más inclusión, más horizontalidad e instituciones que funcionen para el bienestar de todos y no solo para los poderosos de siempre y los que abusan.
En el Chile de hoy, hay dos visiones contrapuestas respecto a las tensiones que han producido los mayores niveles de transparencia y el acceso más amplio a la información que antes era manejada solo por la elite. Para algunos, como Ricardo Lagos, estamos en un momento de crisis en que la institucionalidad se ve amenazada. Para otros, la democracia chilena atraviesa por un estadio de desarrollo que hace inviable pensar que la solución es volver al pasado cuando las soluciones se negociaban entre cuatro paredes por miembros de la elite no sujetos al escrutinio público.
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