Independientemente de qué tan fuerte y claro hable el gobierno, hay una barrera infranqueable para el éxito de su agenda legislativa. Si se niega a aceptar que es minoría en el Congreso, difícilmente el Presidente Piñera logrará tener éxito en avanzar sus reformas más emblemáticas. Es verdad que no hay intento de diálogo que sirva si la oposición mantiene una postura intransigente, pero el gobierno equivoca el camino al creer que la gente va a castigarla por bloquear sus iniciativas legislativas. Después de todo, es imposible que la aprobación a los partidos políticos o a los parlamentarios pueda caer más bajo. Si Piñera no es capaz de construir espacios de negociación con la oposición, pasará a la historia como un presidente fracasado.
En noviembre de 2017, Chile Vamos obtuvo 72 de los 155 escaños en la Cámara de Diputados, y 19 de los 43 en el Senado. Ya que la coalición de derecha solo obtuvo un 38.6% de los votos, el 46.5% de los escaños que obtuvo en la Cámara se explican por las distorsiones que tiene el nuevo sistema electoral —el método de asignación de escaños D’Hondt premia a la coalición que tiene la primera mayoría relativa. Luego, aunque en segunda vuelta arrasó Piñera, en la primera quedó claro que Chile Vamos estuvo lejos de ser mayoría en el Congreso. Por eso, la actitud de querer imponer su postura por sobre lo que soberanamente decidió el electorado —una mayoría de votos y escaños para la centroizquierda en el Congreso— constituye solo un acto de negación de la realidad.
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