[EnglishArticle]In November 1978, the Inter-American Commission on Human Rights (IACHR) visited the bloodstained Nicaragua of Anastasio Somoza, the last of a dynasty of dictators who ruled the country between 1934 and 1979. Forty years later, the main human rights organ of the Americas is returning to a country governed by another regime addicted to power and expert in the art of manipulation.
Nicaragua’s consent to the visit is not a plea for better international scrutiny. Instead, it is a façade of reconciliation in response to the demonstrations that have shaken the hegemony achieved by the Sandinista regime after more than 11 years in power. At first, the demonstrations demanded the repeal of controversial pension reform. As the Ortega-Murillo government increased the repression, Nicaraguans went on to demand an end to the couple’s abuses of power and justice for the serious human rights violations perpetrated by the security forces and paramilitary hordes known as Juventud Sandinista (Sandinista youth).
The IACHR’s visit is one of several steps requested by the Episcopal Conference and business associations of Nicaragua as a pre-condition for their participation in dialogue with the government. Beginning in late April, the IACHR made three formal requests to visit the country, but it was not until May 14th that it received permission from the Nicaraguan government. It is naive to assume that Daniel Ortega will collaborate or that he intends to convince the inter-American body that the Truth Commission, made up of his Sandinista partisans, is a suitable mechanism for achieving peace and justice in this critical moment. Created a few weeks ago by the National Assembly, which is controlled by Ortega’s party, this “Truth” Commission has the alleged purpose of explaining the causes of the acts of violence during the protests.
The Nicaraguan government’s intention to collaborate with the IACHR should be taken with a grain of salt. The Sandinista government has not sent a representative to IACHR hearings convened during its period of sessions for the past three years. Even the Venezuelan government—a declared IACHR foe—regularly attends the inter-American body’s hearings.
As to the Nicaraguan government’s attempts to manipulate the truth, it is worth recalling the IACHR’s 1979 on-site visit to Argentina, where the IACHR turned the tables on the junta. Argentina’s infamous military junta limited the delegation’s access to clandestine prisons and sought to distort the testimony of relatives of disappeared persons. On that occasion, the IACHR refuted the government’s official account with evidence from other sources. The IACHR’s findings contributed to the disclosure of massive enforced disappearances, denied by the Argentine military regime.
Nicaragua’s consent for the visit is clearly a move by a cornered regime to appease popular outrage. A government that slaughters students and that has undercut the fundamental freedoms of its people for over a decade will not relinquish its power in the face of pressure from an international human rights body. This outcome is predictable given Ortega’s echoing of the mantra used several times by Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa and other ALBA leaders who clashed with the IACHR: “It is based in Washington, D.C., it is financed by George Soros and northern countries, it is an agent of Yankee imperialism…”
Despite the foreseeable political instrumentalization of the IACHR’s visit, its findings can have resonance in multilateral forums and in Nicaragua’s bilateral relations with other countries. In this regard, it is worth recalling the impact of the historic IACHR visit to Argentina during the 1980 OAS General Assembly. President Jimmy Carter, leading the United States delegation, harshly criticized the serious human rights violations documented by the IACHR at the time. In response, then Argentine Foreign Minister Carlos W. Pastor threatened to withdraw his country from the OAS.
In a context in which the same government calls for dialogue while continuing to employ systematic violence against demonstrators, the IACHR’s report and the seemingly inevitable reprimand from one or more countries at the June OAS Assembly will not end authoritarianism in Nicaragua. Although the IACHR’s visit will not be the decisive ingredient for a democratic transition, it could be remembered as a watermark in modern Nicaraguan history that vindicates one of the aspirations that followed the overthrow of Anastasio Somoza in 1979: the opportunity to build a nation where the respect for human rights prevails over the whims of a family dynasty. Let’s hope it works.
Daniel Cerqueira is Senior Program Officer at the Due Process of Law Foundation (DPLF).
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En noviembre de 1978, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) realizó una visita in loco a una Nicaragua bañada en sangre por Anastasio Somoza, el último de una dinastía de dictadores que gobernó el país entre 1934 y 1979. Cuarenta años después, el principal órgano de derechos humanos de las Américas regresa a una Nicaragua sometida por otro régimen adicto al poder y perita en el arte de la manipulación.
La aceptación de la visita no pasa por la apertura al escrutinio internacional por parte de Nicaragua, sino por una fachada de reconciliación, en respuesta a las protestas que han estremecido la hegemonía alcanzada por el régimen sandinista tras 11 años en el poder. En un primer momento, las manifestaciones demandaban la derogación de una reforma previsional leonina. Ante el aumento de la represión por parte del gobierno de los Ortega-Murillo, la población pasó a reivindicar el fin de los abusos de la pareja presidencial; y justicia por las graves violaciones de derechos humanos perpetradas por las fuerzas del orden y por hordas paramilitares autodenominadas “juventud sandinista”.
La visita in loco de la CIDH es la única de las varias exigencias que la Conferencia Episcopal y los gremios empresariales de Nicaragua impusieron para participar de las negociaciones con el gobierno, hacia una salida a la crisis política. Desde finales de abril, la CIDH había cursado tres solicitudes formales para visitar el país, pero hasta el 14 de mayo obtuvo la anuencia del gobierno nicaragüense. Es iluso pensar que Daniel Ortega está dispuesto a colaborar o que pretende convencer al organismo interamericano de que la Comisión de la Verdad, ocupada por sus correligionarios sandinistas, es un mecanismo idóneo para la obtención de verdad y justicia en ese momento tan crítico. Dicha Comisión “de la Verdad” fue creada hace algunas semanas por una Asamblea Nacional controlada por el partido oficialista, y tiene el alegado propósito de esclarecer los hechos de violencia durante las protestas.
Sobre la posibilidad de que el gobierno nicaragüense colabore con la CIDH, éste lleva tres años sin comparecer a las audiencias convocadas por el referido organismo durante sus períodos de sesiones. Hasta el gobierno venezolano, antagonista declarado de la CIDH, comparece regularmente a las audiencias convocadas por el órgano interamericano. Sobre el probable intento del gobierno nicaragüense de disimular la verdad, cabe recordar la visita in
loco de 1979 a Argentina, en donde la Junta Militar limitó el acceso a los centros clandestinos de detención y buscó desvirtuar el testimonio de los familiares de personas desaparecidas. En dicha ocasión, la CIDH contrastó el relato oficial del gobierno anfitrión con otras fuentes y sus hallazgos contribuyeron para que la opinión pública internacional conociera el fenómeno de las desapariciones forzadas masivas, negadas por el régimen militar argentino.
La anuencia de Nicaragua es claramente una movida de un régimen acorralado, con el fin de apaciguar la indignación popular. Un gobierno que masacra a estudiantes y que lleva más de una década socavando las libertades fundamentales de su pueblo no tendrá reparos en cuestionar un organismo
internacional de derechos humanos. Es hasta predecible asistir a Ortega repitiendo el mantra utilizado varias veces por Chávez, Maduro, Correa y otros mandatarios del ALBA que protagonizaron algún tipo de altercado con la CIDH: “tiene su sede en Washington D.C., es financiada por George Soros y por países del norte, es un agente del imperialismo yanqui, etc…”
Pese a la probable instrumentalización política de la visita in loco de la CIDH, sus hallazgos pueden tener resonancia en foros multilaterales y en las relaciones bilaterales de Nicaragua con otros países. Al respecto, cabe recordar el impacto de la también histórica visita de la CIDH a Argentina, durante la
Asamblea General de la OEA de noviembre de 1980. Jimmy Carter encabezó la delegación de Estados Unidos y profirió duras críticas a las graves violaciones de derechos humanos documentadas por la CIDH. En respuesta, el entonces canciller argentino, Carlos W. Pastor, llegó a amenazar con el retiro de su país
de la OEA.
En un contexto en que un gobierno convoca al diálogo y emplea una violencia sistemática contra manifestantes, queda claro que un informe de la CIDH o la reprimenda de uno o varios países en la próxima Asamblea de la OEA no hará cesar el autoritarismo en Nicaragua. Aunque la visita de la CIDH no es el factor determinante de la transición democrática, es probable que sea recordada como un registro de la historia reciente de Nicaragua que reivindica uno de los ideales que siguieron el derrocamiento de Anastasio Somoza en 1979: la oportunidad de construir una nación en donde el respeto por los derechos humanos prima sobre los caprichos de una dinastía familiar.
Daniel Cerqueira es Oficial de Programa Sénior de la Fundación para el Debido Proceso.
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