¿Un país en crisis o en fiesta?

Si los chilenos estuviéramos pensando de forma responsable cómo enfrentar los enormes desafíos que se vienen, habría muchos sugiriendo que, a cambio de la reducción en la jornada laboral y el aumento en las cotizaciones para las pensiones, se debiera reducir el número de feriados y que, para las fiestas patrias, debiéramos tener—así como la mayoría de los países OECD—solo un día festivo.

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El hecho que la cercanía de un largo periodo de días festivos haya inducido a dejarlo todo para después del 18 deja meridianamente en evidencia que, si bien el país enfrenta desafíos complejos, difícilmente se puede decir que está en crisis. Si ese fuera el caso, nadie se daría el lujo de tomarse cinco días festivos consecutivos. La sensación dominante en Chile es que el país está en fiesta.

Las celebraciones de las fiestas patrias siempre han ofrecido una saludable pausa a los conflictos políticos y al intenso debate público. A diferencia de la mayoría de los países OECD con los que nos gusta compararnos, Chile tiene dos días feriados para celebrar su independencia. Como la fecha coincide con el comienzo de la primavera, la celebración también permite gozar la llegada de la temporada climática más popular. Cuando el 18 y 19 de septiembre caen a mitad de semana, los feriados se alargan para crear un extenso fin de semana festivo. Este año, si bien los feriados son el 18, 19 y 20, mucha gente se toma también el fin de semana. No pocos se toman la semana completa —empezando hoy viernes 13 y volviendo al trabajo el lunes 23. De hecho, las autoridades estiman que este año se producirá un récord de salidas de automóviles de Santiago hacia los destinos favoritos en regiones.

El ambiente de celebraciones y vacaciones —con viajes, asados, visitas a las ramadas de fiestas patrias y otras diversas actividades de recreación— genera un ambiente positivo y de colectiva festividad que le hace bien al país. Siempre es bueno que la gente esté contenta. Si bien hay un evidente impacto en el costo laboral —millones de chilenos siguen recibiendo sueldo, aunque no estén trabajando— da la impresión de que, como sociedad, estamos dispuestos a transar más satisfacción popular a cambio de menor productividad.

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