ANTIAGO, CHILE.- Hace 30 años, cuando Juan Pablo II visitó por única vez Chile, durante la dictadura militar, el país se volcó a las calles para recibirlo. Treinta años después, en un país más desarrollado, con una democracia vibrante y una sociedad que valora cada vez más la diversidad, la visita del papa Francisco produce menos interés en la población. Si el fervor popular marcó la primera visita papal a Chile, esta segunda podría quedar marcada por el desinterés entre muchos chilenos que, o bien profesan otros credos, no profesan credos o, siendo católicos, se sienten decepcionados por la forma en que la iglesia chilena ha respondido ante las denuncias por abusos cometidos por miembros del clero contra fieles de todas las edades.
A partir de las duras críticas contra la Iglesia por su insuficiente compromiso con las víctimas de los abusos, muchos simpatizantes temían que la visita papal gatillara protestas contra la Iglesia. Después de todo, el liderazgo eclesiástico reaccionó de manera tardía y, desde la perspectiva de muchos, insuficiente ante las denuncias de abusos. En muchos casos pareció más interesada en proteger a los curas que a las víctimas. Después de negar la existencia de algunos casos, intentó ocultar otros o activamente se opuso a ser más transparente sobre la magnitud del problema. En algunos casos, miembros del clero acusados de abuso o de proteger a los abusadores mantienen posiciones de liderazgo en la iglesia nacional.
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