El mejor regalo de Navidad para el gobierno es un póster con la foto de Ronald Reagan y su famosa frase “Siempre he pensado que las nueve palabras más espantosas del idioma inglés son yo soy del gobierno y estoy aquí para ayudar”. Porque un gobierno de derecha debiera entender que el Estado debe estar al servicio de la sociedad y no al revés, las políticas económicas, sociales y culturales debieran siempre buscar el desarrollo de la libertad individual, no el crecimiento del aparato estatal.
En su primer año de gobierno, las dos principales reformas de este gobierno que perdurarán en el tiempo son la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación y la nueva ley de identidad de género. Cualquier observador internacional se sorprendería al saber que este legado corresponde a un gobierno de derecha. Es más, a partir de las propias promesas de campaña realizadas por Sebastián Piñera y de los principales compromisos en su programa de gobierno, estos legados también resultan curiosos.
Piñera ganó la elección de diciembre de 2017 porque prometió un gobierno que pondría el foco en el desarrollo económico, revirtiendo algunas de las reformas más inconducentes a ese objetivo que implementó el gobierno de Bachelet. Además, al entender que el motor de la economía está en el sector privado —y que el gobierno debe esforzarse por ser un aliado y no un obstáculo de la iniciativa privada— se presumía que buscaría modernizar el aparato público en vez de crear nuevas burocracias estatales.
La promesa de los tiempos mejores iba acompañada de dos grandes reformas, la tributaria y la de pensiones. Si bien el gobierno anunció sus proyectos en agosto y octubre, respectivamente, ninguno ha avanzado mucho en el Congreso. Mientras más pasa el tiempo, más difícil parece lograr que ambos puedan ser promulgados antes del discurso presidencial frente al Congreso Nacional, en junio de 2019. Además, considerando que la oposición tiene mayoría en ambas cámaras y que las relaciones con La Moneda no pasan por un buen momento, el espacio para los acuerdos no es el más auspicioso. La aprobación de Piñera, que está en 38% -la más baja desde que asumió el poder en marzo-, también hace más fácil que los legisladores de su propia coalición se pongan más indisciplinados. Cuando un Presidente es popular, todos quieren aparecen en la foto con él; cuando no, criticarlo produce réditos.
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