El Ouro Minas es el único hotel cinco estrellas de Belo Horizonte. En él transcurre el encuentro bienal de la Asociación Brasileña de Ciencia Política (ABCP). Como era de esperar, los politólogos brasileños están divididos: algunos aprueban la elección del lugar y otros la critican por dispendiosa. Los estudiantes nacionales protestan porque tienen que pagar mucho; los invitados extranjeros agradecemos que no pagamos nada. Brasil es un país de contrastes.
Incidentalmente, también el juicio político es causa de debate. La conducción de la ABCP es afín al Partido de los Trabajadores (PT). En un congreso académico reciente, en Nueva York, algunos de sus miembros promovieron una protesta que terminó en un desistimiento: el de Fernando Cardoso, reputado sociólogo y ex presidente que estaba invitado a hablar sobre la democracia en América latina. No fue censura, sino equilibrio, se argumenta en el sauna del hotel. La izquierda es una ideología de contrastes.
Observadores sensibles creen que lo ocurrido constituye un precedente peligroso. Si el grandote del barrio lo hace, ¿por qué los chiquitos habrían de privarse? El argumento no convence: contra todos los lugares comunes, Brasil no marca el rumbo en América latina. Las interrupciones presidenciales se pusieron de moda en Bolivia, Ecuador y Paraguay hace muchos años, y la onda prendió también en la Argentina y Venezuela. Hoy Charly García cantaría que la inestabilidad no es sólo brasileña.