Ya que la agenda legislativa del gobierno está a merced de una oposición cuya prioridad es retrasar lo más posible la tramitación de los proyectos, el Ejecutivo debería centrarse en impulsar reformas en otras áreas que no requieran de la promulgación de leyes. No hay nada peor que estar en una situación de apuro y tener que lidiar con personas que tienen todo el tiempo del mundo. Cuando uno necesita con urgencia que se realice un trámite, es frustrante sentir que la contraparte quiera dilatarlo lo más posible.
Algo similar le está pasando ahora al gobierno. Aunque su administración se demoró más de la cuenta en enviar sus proyectos de ley emblemáticos al Congreso, la lentitud con la que la mayoría de oposición que ejerce el control del Congreso ha abordado la tramitación deja en claro su estrategia obstruccionista. Un Congreso que hace bien su trabajo debe ser diligente en la tramitación de los proyectos de ley. Los legisladores deben saber qué están votando y cuáles son las consecuencias de los cambios legales que resultan de las nuevas leyes que se promulgan. Un buen legislador no puede ser forzado a votar sin conocer el contenido de los proyectos de ley. Pero ser diligente y cuidadoso no es lo mismo que ser obstruccionista.
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