Así como los primeros gobiernos en democracia se dedicaron a administrar y corregir gradualmente el modelo económico implementado por Pinochet, el gobierno de Sebastián Piñera ha intentado hacer lo propio con las reformas impulsadas por Michelle Bachelet (2014-2018). Pero, a diferencia de la Concertación que tuvo 16 años el poder para dejar su huella en las instituciones políticas y democráticas, la segunda administración de Piñera deberá demostrar en cuatro años que ha sido capaz de cambiar la hoja de ruta que dibujó la ex Presidenta en su segundo mandato. Si solo se dedica a administrar el modelo de Bachelet o sus reformas son demasiado tímidas e insuficientemente ambiciosas, el Mandatario no solo hipotecará la posibilidad de que la derecha siga en el poder después de 2021, sino que también ayudará a que las reformas de Bachelet profundicen sus raíces y hagan más difíciles los cambios en el futuro.
En 1990, la Concertacion llegó al poder con el ímpetu por modificar el legado de la dictadura. Pero fue la combinación del pragmatismo de Patricio Aylwin junto a la estructura de enclaves autoritarios (incluyendo nueve senadores designados que dieron mayoría a la derecha en esa cámara) lo que terminó por frenar su intención. En sus cuatro años de gobierno —y en los sexenios de Eduardo Frei y Ricardo Lagos— la coalición trabajó laboriosamente para ir reformando de manera gradual y pragmática el modelo de libre mercado; el modelo social de mercado terminó siendo una mejora, con un énfasis en el gasto social, en la inclusión y en la reducción de la pobreza, del prototipo de la dictadura. Esa mejora ayudó a legitimar y consolidar el modelo. Chile es, gracias a eso, un mejor país.
En su segundo gobierno, la Presidenta Bachelet mostró ambiciones refundacionales similares a las que tuvo la dictadura militar. Ella quería cambiar el modelo. Desde su promesa por promulgar una nueva constitución hasta su esfuerzo por reformar el modelo educacional, Bachelet quería dar un golpe de timón que cambiara sustancialmente la dirección en la que avanzaba el país. Si bien ella tuvo solo cuatro años—no los 17 de la dictadura—para hacer sus reformas, no trepidó en avanzar con la mayor velocidad posible para forjar una nueva hoja de ruta en el desarrollo del país. Es verdad que la dictadura no tenía un parlamento que frenara y obstaculizara sus reformas, pero Bachelet tuvo —a diferencia de todos sus predecesores democráticos— una mayoría absoluta en el Congreso que estaba dispuesta a votar por sus reformas sin mostrar demasiada resistencia. Eso fue lo que le permitió cambiar desde el sistema electoral hasta el sistema educacional —eliminando el copago, el lucro y la selección en la educación primaria y secundaria y estableciendo la gratuidad como un derecho en la educación superior. Desde el retorno de la democracia, no hubo presidente que hiciera reformas tan profundas en un sentido tan distinto a las que habían hecho sus predecesores.
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