Al unísono: la evolución de nuestros himnos en América

Los himnos nacionales hacen eco de una historia compartida, pero estas melodías no son inmunes al cambio. En todo el continente americano, las modificaciones a las canciones nacionales demuestran solidaridad a través de las fronteras.

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El himno nacional argentino es el himno oficial más antiguo en América. Fue redactado durante los primeros años de los levantamientos de independencia de España; una asamblea constituyente lo volvió oficial en 1813, tres años antes de la declaración de independencia oficial de Argentina.

La letra de la canción, escrita por Alejandro Vicente López y Planes—quien fue posteriormente presidente interino de la joven nación—incluía originalmente varias estrofas invectivas y sangrientas contra los españoles:

Pero sierras y muros se sienten
Retumbar con horrible fragor:
Todo el país se conturba con gritos
de venganza, de guerra y furor.
En los fieros tiranos la envidia
Escupió su pestífera hiel
Su estandarte sangriento levantan
Provocando a la lid más cruel.

Este lenguaje es un reflejo del sentimiento nacional durante el violento período de fervor revolucionario. Sin embargo, a finales del siglo XIX, ya no eran la representación fiel del momento.

Las relaciones entre ambos países habían hecho grandes progresos desde la amarga guerra de independencia del siglo anterior. El comercio prosperaba y la migración de españoles hacia Argentina estaba en pleno apogeo. Cientos de miles de españoles habían atravesado el Atlántico en las décadas anteriores, cambiando la demografía, la política e incluso el lenguaje de la nación sudamericana.

La tensión entre la letra y la política llegó a un punto crítico en 1900, tras el arribo de alto perfil de la nueva fragata argentina Presidente Sarmiento en las costas de España. El rey y la reina de España recibieron en la alfombra roja al capitán y a la tripulación en una serie de ceremonias que presentaban prominentemente el himno argentino.

Esta muestra de honores reales a una obra que castigaba tanto a la corona como a sus súbditos, creó cierto malestar en Buenos Aires. Apenas unas semanas después de la visita, el entonces presidente Julio Argentino Roca emitió un decreto señalando que el himno argentino contenía “frases que fueron escritas con propósitos transitorios, las que hace tiempo han perdido su carácter de actualidad… y no son compatibles con las relaciones de amistad, unión y concordia que hoy ligan a la Nación Argentina con España”. No obstante, el decreto agrega: “sin producir alteración en el texto del Himno Nacional, hay en él estrofas que responden perfectamente al concepto que universalmente tienen las naciones respecto de sus Himnos en tiempo de paz, y que se armonizan con la tranquilidad y la dignidad de millares de españoles que comparten nuestra existencia…”. De esta forma, ordenaba que sólo el primer y último verso, los más diplomáticos, junto con el coro, pudieran ser interpretados en ceremonias públicas. Esta ingeniosa maniobra de diplomacia—cambiar el himno sin realmente modificar su letra—sigue vigente el día de hoy.

Este episodio refleja cómo nuestros himnos representan una especie de “tarjeta de presentación”—una ventana hacia la siempre cambiante visión de un país y su gente. Nuestros himnos expresan naturalmente un sentimiento nacional profundamente arraigado. Es un consabido género de representación musical que abarca generaciones. Casi todo ciudadano aprendió su himno desde los primeros años de la infancia y lo escucha de manera regular. En algunas naciones, las estaciones de radio y televisión lo transmiten con horarios fijos. Por ejemplo, los mexicanos asocian instintivamente su himno con las seis de la mañana y la media noche. Los himnos también son uno de los pocos símbolos nacionales con los que suelen encontrarse los extranjeros, pues enmarcan ocasiones como eventos deportivos y ceremonias oficiales.

Puede decirse lo mismo de los himnos de las Américas como conjunto; cuentan una historia de nuestra región como un todo—quiénes somos, cómo logramos la independencia y cómo hemos cambiado. En breve, son un microcosmos de lo que América representa y cómo ha evolucionado.

A tono con el tiempo

La transformación del himno argentino para reflejar las relaciones normalizadas con España fue emblemática de una tendencia más amplia. Durante el período posrevolucionario, Cuba, Uruguay, Chile y Brasil también modificaron la letra original de sus himnos (oficiales y no oficiales en ese momento) para reflejar una mejor relación con sus antiguos colonizadores. 

Cuando Cuba adoptó oficialmente “La Bayamesa” como su himno en 1902, el gobierno separó silenciosamente dos versos de la narrativa original de la canción (escrita durante la guerra con España):

No temáis los feroces íberos,
Son cobardes cual todo tirano.
No resisten al bravo cubano;
Para siempre su imperio cayó.
¡Cuba libre! Ya España murió,
Su poder y su orgullo ¿do es ido?
¡Del clarín escuchad el sonido:
¡A las armas, valientes, corred!

Contemplad nuestras huestes triunfantes,
Contempladlos a ellos caídos.
Por cobardes huyeron vencidos;
¡Por valientes, sabemos triunfar!
¡Cuba libre! podemos gritar
Del cañón al terrible estampido.
¡Del clarín escuchad el sonido:
¡A las armas, valientes, corred!

De igual manera, el gobierno uruguayo ordenó volver a redactar la letra del himno original una década después de su adopción. Ello resultó en la eliminación ciertos pasajes como los siguientes:

En fatal servidumbre sufrimos
De dos cetros el peso y poder,
Más el eco sonó de venganza,
Y dos cetros supimos romper!
Esos prados y montes oh Patria,
Dó el estruendo marcial resonó,
Serán siempre, teñidos en sangre,
De tus glorias eterno padrón.

Chile fue más allá y reemplazó por completo todo el contenido, excepto el coro de su himno nacional original, escrito al inicio de la independencia en la década de 1810. La versión actual fue escrita por el poeta y político chileno Eusebio Lillo Robles, y sus letras tampoco han sido inmunes a los subsecuentes aires de cambio. Durante los años de Pinochet, el régimen militar enfatizaba el tercer verso de la canción, que exaltaba al soldado chileno. Desde entonces, el verso ha sido foco de controversia.

De la misma forma, los brasileños no cantan la letra escrita originalmente para la partitura musical del himno debido a los ataques directos hacia Portugal. (Una línea hace referencia a ‘los monstruos que nos esclavizan’ (“os monstros que nos escravizam”)). La agresiva narrativa fue reemplazada por una versión más cordial de la pluma del poeta Joaquim Osório Duque Estrada, que a su vez fue actualizada en 1971 para reflejar la nueva estructura ortográfica de la lengua portuguesa.

Otras naciones del continente americano también modificaron sus himnos, a medida que evolucionaban sus realidades políticas. En la década de 1930, Guatemala cambió parte de la letra de su himno por ser considerada “demasiado belicosa”. Durante 1940, cuando México oficializó su himno, eliminó versos que elogiaban al ahora impopular Antonio López de Santa Ana. Los colombianos agregaron informalmente un verso a su himno durante una guerra en la frontera contra Perú en la década de 1930, aunque no fue conservado cuando cesaron las hostilidades. El Tribunal Constitucional de Perú agregó un “verso perdido” al himno nacional en 2005, y unos años después el poder ejecutivo cambió el verso que debía ser cantado en eventos públicos—una modificación que requirió una masiva campaña de educación pública.

También los himnos de habla inglesa han atravesado cambios, aunque menores en comparación con sus contrapartes regionales. Esto probablemente se debe a su edad relativa, pues pocos anteceden la década de 1960—un reflejo de su más reciente independencia de las naciones de la Commonwealth.

Aún así, despertaron disputas líricas. En 2018, tras extenso debate, Canadá modificó la letra de la versión en inglés de su himno para que tuviera un género neutral, cambiando la línea “True patriot love in all thy sons command” a “True patriot love in all of us command”—el verdadero amor de patriota comanda ‘en todos tus hijos’, por ‘en todos nosotros’. La versión de “O Canada” en francés tiene una letra distinta que no fue alterada. En Belice hay quienes han expresado actitudes similares sobre las referencias de género en su canto nacional. Asimismo, la única lengua no romance del grupo (Surinam) fue modificada cuando el himno recibió calidad de oficial. Parte de la canción no oficial en holandés fue reemplazada con un verso motivante en Sranan Tongo, escrito por el autor Henri Frans de Ziel (“Trefossa”).

Casi desde el momento de su redacción, la controversia también acompañó una sección más recóndita del himno de los Estados Unidos—uno de los pocos himnos de países de habla inglesa escrito antes de mediados del siglo XX. Aunque el himno se volvió oficial en 1931, la letra fue escrita desde 1814; desde entonces, su popularmente desconocido tercer verso atrajo las críticas, debido tanto a su tenor anti británico como sus referencias a la esclavitud. Este último verso aún es tema de discusión en debates sobre justicia racial, ya que refiere a antiguos esclavos y aprendices de sirvientes que se unieron al Ejército Colonial Británico para luchar contra las tropas estadounidenses:

No refuge shall save, the hireling and slave,
From the terror of flight or the gloom of the grave.
Ningún refugio deberá salvar al mercenario y al esclavo
Del terror de la huida o de la penumbra de la tumba.

Esta referencia incitó incluso una modificación no oficial a la letra durante la Guerra Civil, cuando Oliver Wendell Holmes, Sr., padre de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, escribió un verso “extra” para la canción, fustigando a la Confederación y a la esclavitud. En su momento apareció en libros de cánticos contemporáneos aunque desde entonces ha quedado en el olvido.

La distintiva armonía americana

Nuestras “tarjetas de presentación” musicales consagran nuestra concepción de quiénes somos y qué representamos como pueblo. También son menos estáticas de lo que aparentan inicialmente, al menos en el continente americano. Aunque los debates y los cambios líricos siempre son contenciosos—como tiende ser cualquier modificación sugerida a un símbolo nacional—reflejan los cambios en la concepción junto con el paso del tiempo.

Desde una perspectiva regional, dichos cambios revelan cómo en todo el hemisferio, hemos cambiado de un antagonismo revolucionario hacia nuestros colonizadores a una relación comercial y cultural cercana. El aborrecimiento mortal ha sido reemplazado por la Organización de Estados Iberoamericanos, la Comunidade dos Países de Língua Portuguesa y la “relación especial” entre Estados Unidos y el Reino Unido. También revelan cambios de actitud sobre temas de raza y género.

También subrayan las aspiraciones comunes hacia las libertades y los gobiernos representativos que dieron lugar a las naciones independientes del continente americano. Desde luego, sería difícil encontrar un mejor resumen de nuestra “tarjeta de presentación” regional que el famoso verso del himno casi operístico de Uruguay: ¡Tiranos temblad!

La libertad y la democracia, así como la guerra y el sometimiento humano, son nuestra herencia regional común. Para bien o para mal, esto nos une a través de un número notablemente pequeño de idiomas—podemos ir desde Alaska hasta la Patagonia cantando himnos en tan solo inglés y en español.

Este legado compartido de triunfo y tragedia nos permite comprendernos mejor unos a otros y tener un punto de referencia común en el escenario global. En ningún otro lugar del mundo hay tantas personas, en un territorio tan amplio y productivo, unidas por un lenguaje e historia comunes. Por lo tanto, no es ninguna sorpresa que la primera asociación internacional de naciones, la Unión Panamericana, se fundó aquí en el continente. De manera similar, su encarnación moderna, la Organización de los Estados Americanos, fue la primera asociación de su tipo en adoptar una sólida carta democrática para que sus estados miembro protejan un gobierno representativo.

Esta homogeneidad representa un potencial formidable para la cooperación regional y el progreso humano como americanos—no podemos olvidarlo mientras trazamos la política exterior de nuestras naciones. Esta unidad trae consigo una inmensa fuerza—un poder que hace de las Américas una región capaz de actuaciones conjuntas en temas globales fundamentales como la democracia, los derechos humanos y la libertad intelectual. Algo que debemos recordar cada vez que se escuche alguno de nuestros himnos.

Nota: Las opiniones expresadas en este escrito corresponden únicamente al autor en su capacidad personal. El autor está agradecido con Eduardo Tisnes, de Medellín, Colombia, por su extensa investigación en apoyo a este artículo. Además, se puede explorar a fondo el contenido de 35 himnos de América en http://nationalanthemart.com.

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