Foto: Luciano González / Infobae
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El orden internacional de posguerra fría mutó de modo drástico con la intervención rusa en Ucrania. América Latina tendrá que hacer frente a un escenario internacional signado por la competencia entre grandes potencias con un mayor grado de fragmentación global en paralelo con una posible profundización de la crisis del orden liberal. Mientras tanto, las relaciones con Rusia tendrán un costo adicional. Aunque Moscú perderá influencia política, económica y comunicacional, no se puede descartar movimientos tendientes a fortalecer su presencia militar en la región.
Rusia está en guerra. Putin busca una victoria para fortalecer su hegemonía en el espacio postsoviético y neutralizar la ampliación de los intereses occidentales. Asimismo, también utiliza esta situación para mejorar su imagen—en bajos niveles históricos antes de esta crisis—y posicionarse frente a la campaña electoral de cara a las elecciones presidenciales de 2024.
En los últimos años la narrativa sobre la competencia entre grandes potencias estuvo en el centro de las discusiones en Washington. Salvo en algunas capitales puntuales como Moscú o Kiev, el grueso de los actores centrales del escenario internacional planteaba un mundo más cooperativo, o al menos con menos énfasis en las cuestiones relativas a la amenaza o el uso de la fuerza militar.
La invasión rusa a Ucrania alteró un número de certezas establecidas de la posguerra fría. Está nos introduce a una nueva era en los vínculos internacionales caracterizado por un renovado rol del poder militar, una mayor fragmentación, el establecimiento de zonas de influencia de facto y una erosión de las normas y reglas internacionales. Eso no quiere decir que la globalización ni la interdependencia se vean afectadas en sus trazos generales, pero el nodo ruso sufrirá un desacople. Las sanciones occidentales van en esa línea.
Para América Latina, esta desestabilización geopolítica no colabora con el esfuerzo global de desarrollo económico, menos aún la perspectiva de una inserción internacional centrada en una agenda pragmática y diversificada. En el plano económico los precios de los commodities energéticos y agrícolas afectarán negativamente a las economías locales a mediano plazo, mientras países como Brasil tendrán más dificultades para acceder a ciertos insumos rusos como fertilizantes. Al mismo tiempo, pese a la reticencia histórica a aplicar sanciones, la región comenzará a recibir recomendaciones y presiones por parte de los principales países de Occidente para sumarse a las sanciones, además de llevar a cabo acciones por motus propio. Por otro lado, no hay demasiados incentivos económicos. Como socio regional, Rusia no es un actor del primer orden en América Latina y el Caribe; actualmente no se encuentra ni en el top 30 de los destinos de exportación de la región.
Por otro lado, es imposible no considerar como una de las variables centrales dentro de este conflicto la crisis económica que vive Rusia desde hace algunos años. El colapso del rublo debido a la huida de capitales tuvo pocos respiros en los últimos años y se potenció con la pandemia de COVID-19. La economía rusa se contrajo aproximadamente un 4 por ciento del PIB en 2020 (desde +1,3 por ciento en 2019), debido a que se desplomaron las exportaciones, la inversión y la demanda de consumo. En este sentido, la agencia e influencia global de Rusia va a sufrir un golpe fuerte luego de esta guerra y se va a sentir en América Latina.
Desde un punto diplomático América Latina tendrá que calibrar qué tipo de mensaje quiere transmitir en un contexto crítico. Las reacciones iniciales luego del reconocimiento ruso de las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk fueron bastante tibias por parte de algunos países (como, por ejemplo, México y Brasil). Sin embargo, luego del flagrante ataque ruso hubo un progresivo cambio que se expresó en las votaciones de condena a la invasión tanto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas—donde Brasil y México son miembros no permanentes—como en la Asamblea General. Las relaciones con Rusia van a transformarse en un dolor de cabeza para aquellos países que busquen una posición de equidistancia.
¿Quiénes apoyan a Rusia inclusive en esta circunstancia? Sus aliados firmes en su región: Cuba, Venezuela y Nicaragua. En las crisis euroasiáticas del pasado como en la guerra ruso-georgiana de 2008 o la crisis de Ucrania de 2014, Rusia reaccionó asertivamente en América Latina al percibir apoyos políticos y diplomáticos, lo que le permitió realizar ‘acciones espejo’ frente a las percibidas presiones de Occidente. Entre las demostraciones de fuerza que realizó Moscú incluyeron la participación de la Armada rusa en ejercicios militares con la Armada venezolana (VENRUS-200, 2008), el envío de dos bombarderos de largo alcance Tu-160 a Venezuela (2008), la apertura de un centro antinarcóticos en Nicaragua (2017) y el anuncio de la reapertura de una instalación de comunicaciones en Cuba (2019). Además de renovar la cooperación militar con Cuba y Venezuela, desarrollaron despliegues navales en diferentes puertos del Caribe y el Océano Atlántico. Tras la invasión de Ucrania, Washington parece adelantarse a la jugada; la semana pasada, envío—por primera vez—un submarino nuclear para realizar ejercicios con la Armada de Colombia.
El regreso de la centralidad del poder militar y la búsqueda de zonas de influencia por parte de las potencias euroasiáticas está alterando los modos de inserción internacional de América Latina. ¿Es posible tener un no-alineamiento activo mientras se desarrollan situaciones que ponen en riesgo la estabilidad global? ¿Qué margen de acción tienen los principales países de la región frente a este nuevo escenario de competencia estratégica? Las perspectivas no son muy alentadoras.
Ariel González Levaggi es professor de la Universidad Católica Argentina. Nicolás Albertoni es professor de la Universidad Católica del Uruguay.