AMLO, Maduro and a questionable non-intervention policy

Venezuelan President Nicolas Maduro’s presence at AMLO’s inauguration will be a test of Mexico’s future commitment to calling out human rights violations in the region.

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[EnglishArticle]Fifteen heads of state have confirmed that they will attend Mexican President-elect Andres Manuel López Obrador’s (AMLO) swearing in ceremony on December 1st. But one confirmation in particular—that of Venezuelan President Nicolás Maduro—has triggered a heated public debate over whether he should be welcomed into the country, and raised questions about his future administration’s position on the humanitarian crisis in Venezuela and its participation in the Grupo de Lima.

During his campaign, ALMO spoke little about foreign policy. After the July 1st election, both AMLO and incoming Foreign Minister Marcelo Ebrard repeatedly stated that, once in office, Mexican foreign policy would adopt a stance of non-interventionism, reversing a policy of international advocacy for human rights and democracy that began under former President Vicente Fox and Foreign Minister Jorge Castañeda 18 years ago.

Maduro’s first visit to Mexico for the inauguration has caused quite a stir on social media. AMLO’s response to the criticism was condescending to the point of cynicism, indicating that December 1st will mark not only a return to Mexico’s non-interventionist policy that marked most of the 20th century, but a disregard for the Venezuelan people at a time when stronger consensus and collective action—from both the countries of the region and in multilateral fora—is urgently needed to address Latin America’s worst-ever humanitarian crisis.

AMLO and Ebrard justified Maduro’s attendance as a response to a simple gesture open to all foreign governments. Every time he is questioned on the subject, AMLO responds, “We will be friends of all governments and all the peoples of the world.”

But AMLO’s proposed ‘return’ to non-interventionism is a step further than the policies of his 20th century forbearers. Even though Mexico’s foreign policy traditionally stuck to non-intervention before the 2000 democratic transition, the country has always shown solidarity toward people under distress in other nations, extending a friendly hand to welcome refugees and cutting ties with dictatorial regimes (Pinochet in Chile and Franco in Spain).

Of course, Mexico was also the only Latin American country, outside Cuba’s traditional leftist allies, to maintain uninterrupted relations with the island. Back in 1962, when the Organization of American States (OAS) voted on the resolution to exclude Cuba from the body, Mexico abstained. But even then, Foreign Minister Manuel Tello, who chaired the Mexican delegation at the conference in Uruguay, denounced Fidel Castro’s government, highlighting the incompatibility between Cuba’s Marxist-Leninist model and the OAS charter’s requirements of “representative democracy as an indispensable condition for stability, peace and development in the region.”

As a signatory to the 1984 Cartagena Declaration on Refugees, Mexico recognizes as refugees “persons who have fled their country because their lives, safety or freedom have been threatened by generalized violence, foreign aggression, internal conflicts, massive violation of human rights or other circumstances which have seriously disturbed public order.” Mexico even advanced its Cartagena commitment under President Felipe Calderón by passing its own “Law on Refugees, Complementary Protection and Political Asylum” in 2011, establishing laws guaranteeing Mexico’s solidarity with refugees for decades.

Under the law, 3,183 pending asylum applications filed by Venezuelans fleeing the man-made crisis were registered by the end of 2017, certainly below the number of refugees received by Colombia or Peru, but a significant increase from the less than 200 refugees who were in the country in 2016.

Complicit silence?

After December 1, Mexico’s commitment to denounce abuses of power and human rights violations and its role within the Grupo de Lima hangs in the balance. The group denounced President Nicolás Maduro’s government as illegitimate after the May 20th sham elections and has vowed to reject Maduro’s government beyond January 19, 2019, the date of the beginning of Venezuela’s next presidential term. AMLO’s invitation is not only a diplomatic mis-step and reversal of decades of coalition building, but also a contradiction to the “friendship to peoples around the world” policy he proudly embraces. By welcoming Maduro to his inauguration, AMLO risks legitimizing a government that has pushed millions of Venezuelans to despair. With many issues at home to address, Mexico is by no means the golden standard in human rights, but this new and bizarre “friendship” approach could not be further from the solidarity with the oppressed that Mexico has practiced in the past, even at its most neutral moments.

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Quince jefes de estado confirmaron asistencia a la ceremonia de inauguración del próximo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Pero una confirmación en particular—la del presidente venezolano Nicolás Maduro—desató un acalorado debate público sobre si debería ser bienvenido al país y suscitó dudas sobre la posición de la próxima administración sobre la crisis humanitaria en Venezuela y su participación en el Grupo de Lima.

Durante su campaña, AMLO habló poco sobre política exterior. Después de las elecciones del 1 de julio, tanto AMLO como Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores entrante, declararon repetidamente que una vez en el cargo, la política exterior mexicana adoptaría una postura de no intervencionismo, revirtiendo la apertura a pronunciamientos sobre la defensa internacional de los derechos humanos y la democracia que comenzó bajo el ex presidente Vicente Fox y el canciller Jorge Castañeda hace 18 años.

La visita de Maduro a México para la inauguración—que de hecho sería su primera visita al país—ha causado un gran revuelo en redes sociales. La respuesta de AMLO a la crítica fue condescendiente, lo que nos hace pensar que el 1 de diciembre marcará no solo un regreso hacia una política no intervencionista, sino una indiferencia por el pueblo venezolano en un momento en que el consenso y la acción colectiva—tanto de los países de la región como de organismos multilaterales—se necesita con urgencia para enfrentar la peor crisis humanitaria de América Latina.

AMLO y Ebrard justificaron la asistencia de Maduro como respuesta a una invitación abierta a todos los gobiernos extranjeros. “Seremos amigos de todos los gobiernos y de todos los pueblos del mundo” es lo que responde AMLO cada vez que se le pregunta sobre el tema. Pero la propuesta de retornar al no intervencionismo va mas allá de la forma en que se condujo la política exterior en México durante la mayor parte del siglo XX.  A pesar de que efectivamente la política exterior de México se mantuvo tradicionalmente apegada a los principios de no intervención antes de la transición democrática del 2000, el país siempre ha mostrado una solidaridad excepcional hacia los pueblos de otras naciones en tiempos de dificultad, extendiendo una mano amiga para recibir a cientos de refugiados, e incluso cortando relaciones con regímenes dictatoriales (Pinochet en Chile y Franco en España).

Un argumento en contra podría ser el caso de Cuba. México es el único país latinoamericano—fuera de los aliados tradicionales de Cuba—que mantuvo relaciones ininterrumpidas con la isla. En 1962, cuando la Organización de los Estados Americanos (OEA) votó la resolución para excluir a Cuba de dicho organismo, México se abstuvo. Pero incluso en ese momento el entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello, denunció al gobierno de Fidel Castro ante la conferencia en Uruguay, destacando la incompatibilidad entre el modelo marxista-leninista de Cuba y los requisitos de la Carta Democrática de la OEA de practica la “democracia representativa como condición indispensable para la estabilidad, paz y desarrollo en la región”.

Como signatario de la Declaración de Cartagena sobre los Refugiados de 1984, México reconoce a los refugiados como “personas que han huido de su país porque sus vidas, seguridad o libertad han sido amenazadas por la violencia generalizada, la agresión extranjera, los conflictos internos, la violación masiva de los derechos humanos u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público”. México incluso fue mas lejos en su compromiso de Cartagena al aprobar su propia ley durante la administración de Felipe Calderón, la “Ley sobre Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político” , garantizando la continuación de la solidaridad de México para con los refugiados.

Bajo esta ley, hacia finales de 2015 se registraron 3,183 solicitudes de asilo presentadas por venezolanos huyendo de la crisis provocada por Maduro y su gobierno. Este número ciertamente es muy menor a comparación del número de refugiados recibidos por Colombia o Perú, pero ha aumentado de manera significativa si se mide contra las menos de 200 solicitudes recibidas en 2016.

¿El que calla otorga?

Después del 1 de diciembre, el compromiso de México de denunciar los abusos de poder, las violaciones de los derechos humanos y su papel dentro del Grupo de Lima está en juego. El grupo denunció al gobierno del presidente Nicolás Maduro, calificándolo de ilegítimo después de las elecciones simuladas del 20 de mayo. El grupo también se comprometió a rechazar el gobierno de Maduro después del 19 de enero de 2019, fecha en que comenzaría el próximo período presidencial de Venezuela. La invitación de AMLO no es solo un paso en falso diplomático que revierte décadas de esfuerzo para formar coaliciones. Es una completa contradicción a la política de “amistad con los pueblos de todo el mundo” que asume AMLO con orgullo. Al dar la bienvenida a Maduro a su inauguración, AMLO corre el riesgo de legitimar a un gobierno que ha empujado a millones de venezolanos al punto de la desesperación. Es innegable que con muchos pendientes domésticos, México no puede predicar con el ejemplo en cuanto a la salvaguarda de los derechos humanos, pero este nuevo y extraño enfoque de “amistad” no podría estar más alejado de la solidaridad que México ha mostrado en el pasado hacia los pueblos más oprimidos, incluso en su sus momentos de mayor neutralidad.

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