Aula democrática

La democracia es un valor que nos debería inspirar como sociedad. Pero la tolerancia, la diversidad y el respeto a las ideas diferentes funcionan solo en algunas de las dimensiones en que nos relacionamos e interactuamos.

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En el debate sobre la aprobación del proyecto de ley de Aula Segura que patrocinaba el gobierno del Presidente Sebastián Piñera, en un intento por descarrilar la iniciativa, el Comité de Educación del Senado temporalmente decidió cambiar el nombre de la iniciativa y llamarla Aula Democrática. Lamentablemente, pensar que el aula es un espacio donde se debe practicar la democracia refleja una concepción profundamente errónea de lo que significa la educación. Aunque los líderes de oposición que acuñaron el concepto solo buscaban bloquear la iniciativa del gobierno, al usar ese adjetivo dejaron ver una equivocada concepción de lo que es la democracia.

Por cierto, felizmente, al final hubo humo blanco y se superó el impasse entre el gobierno y los legisladores centroizquierdistas. El Senado aprobó un proyecto que recoge y mejora las ideas de la propuesta inicial del gobierno —y ahora el proyecto deberá ir a la Cámara de Diputados para continuar su tramitación. Pero el hecho que, al menos en el Senado, hubiera un final feliz, no borra la desafortunada sugerencia de que en las aulas deben aplicarse las reglas que rigen las sociedades democráticas.

Más allá del contenido de las propuestas sobre cómo garantizar un ambiente seguro para el aprendizaje de los estudiantes y respetuoso a todos los miembros de las comunidades educativas, la noción de que un aula puede ser regida por principios propios de la democracia es profundamente equivocada. La democracia, en su principal acepción, se refiere a un sistema de gobierno en que las autoridades son electas a través de procesos competitivos. Los ciudadanos escogen, a través de sus autoridades, la dirección que tomará su ciudad, región o país. En la educación, los escolares no tienen esa potestad de escoger a sus profesores.

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