Chile Vamos sin líder
La carrera por la sucesión en el liderazgo de la derecha explica las peleas y conflictos que ahora estamos viendo entre UDI, RN, Evópoli e, incluso, con Republicanos de José Antonio Kast.
La carrera por la sucesión en el liderazgo de la derecha explica las peleas y conflictos que ahora estamos viendo entre UDI, RN, Evópoli e, incluso, con Republicanos de José Antonio Kast.
Buena parte de los altos personeros de gobierno aparecen ahora interesados en facilitar el avance del proceso constituyente. Pero, como todo converso reciente, caen en el error de subestimar los riesgos y hacer vista ciega a los efectos perversos que implica la incertidumbre de derribar una casa sin tener un plano de la nueva casa que queremos construir.
Ya es hora de sacudirse del letargo y ponerse de pie para defender los incuestionables éxitos del modelo chileno.
El radical cambio de prioridades que ha tenido el gobierno desde que se produjo el estallido social desnuda un profundo problema en nuestra democracia. El precedente que ha quedado establecido ahora que las protestas —y la violencia de los saqueos y los incendios— ha logrado revertir el rumbo por el que avanzaba el país y la agenda legislativa que impulsaba el gobierno es preocupante. A partir de ahora, el triunfo electoral no será suficiente para darle legitimidad a la agenda de reformas del gobierno.
Afortunadamente, una mayoría de los chilenos son personas razonables y sensatas que quieren construir un mejor país y sentar las bases de un contrato social más justo que también permita recuperar el sendero del desarrollo y del crecimiento. Pero basta que unos pocos radicales tengan suficiente espacio para amenazar la estabilidad y el bienestar de todos.
Los procesos de cambio siempre tienen consecuencias no anticipadas. Ahora que la mayoría de los líderes de Chile Vamos parece inclinada a apoyar el Sí en el plebiscito de abril de 2020, los líderes que emerjan en la campaña del No a la nueva constitución podrán consolidarse en la medida que la votación por mantener el status constitucional actual logre una votación lo suficientemente alta.
Cuando el Presidente Piñera fue duramente —y correctamente— criticado por decir que Chile estaba en guerra, hubo una dimensión en su declaración que era acertada y que pasó desapercibida. Producto de las protestas, saqueos y destrucción, nuestro país había perdido el orden público y la paz social. Aunque hay mejores antónimos que guerra, la declaración del Mandatario anticipaba que el país debería eventualmente encontrar el camino para recuperar la paz.
A referendum for a constitutional assembly may pacify the nation.
De haber mostrado mayor disponibilidad a negociar con los parlamentarios moderados -que sí los hay- y de haber aceptado su condición de minoría en el Congreso, el gobierno ya tendría cerrado dos temas -la reforma tributaria y la de pensiones- que ahora se convertirán en un dolor de cabeza.
El descontento ciudadano reflejado en las marchas deja en claro que hay que avanzar mucho más rápido y decididamente en crecimiento y reducción de desigualdad. Pero el desafío no es cambiar la hoja de ruta que ha permitido que en Chile hoy las protestas reflejen demandas de una clase media emergente (y todavía vulnerable) y ya no sean, como antes, la frustración producto de la pobreza.