Aunque algunos analistas, y no pocos políticos, insisten en que Chile está ad portas de una crisis y que el país está a punto de estallar, las elecciones presidenciales han mostrado una enorme estabilidad en las preferencias de los chilenos. Desde 2006 —cuando los iPhone ni siquiera existían— que el país ha sido gobernado por Michelle Bachelet o Sebastián Piñera. Si Piñera vuelve al poder en marzo de 2018, se completará una inédita secuencia de alternancia en el poder, 16 años de gobierno en cuatro cuatrienios liderados alternadamente por Bachelet y Piñera.
Si la elección de fines de año confirma lo que hoy dicen las encuestas, Chile habrá completado un periodo de cuatro elecciones presidenciales de enorme estabilidad y más continuidad que cambio. Si Piñera se convierte en el próximo Presidente —en segunda vuelta, como anticipan esas mismas encuestas— y concluye su mandato de cuatro años en marzo de 2022, el país habrá estado gobernado por esa dupla de mandatarios por la misma cantidad de años que gobernaron los tres Presidentes anteriores en el periodo post-dictadura.
Es verdad que Bachelet I (2006-2010) fue diferente a Bachelet II (2014-2018). Pero la principal razón por la que los chilenos abrumadoramente optaron por escoger a Bachelet para que volviera al poder fue porque los recuerdos de su primer gobierno contrastaban con lo que, hasta entonces, parecía ser una decepcionante administración del primer gobierno de derecha desde el retorno de la democracia. El recuerdo de los buenos años de Bachelet I llevó a los chilenos a dar su espalda a Piñera y optar por darle el poder nuevamente a ella. Aunque la ex Presidenta decidió cambiarle el nombre a la coalición —enterrando poco ceremoniosamente la exitosa marca “Concertación”—, los chilenos depositaron su confianza en la mujer que había gobernado exitosamente durante el cuarto gobierno consecutivo de la era concertacionista.
Algo similar ocurre ahora. Aunque Piñera tuvo más rechazo que aprobación durante la mayor parte de su mandato, los chilenos ahora parecen tener una mejor evaluación de lo que fue su gobierno. Si bien mantiene un nivel de rechazo preocupantemente alto —lo que hace que su candidatura siga siendo vulnerable si su rival en segunda vuelta logra unir a la centroizquierda, —el solo hecho de que lidere las encuestas refleja que la percepción popular del legado de su cuatrienio ha mejorado.
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