La buena noticia de la declaración de Sebastián Piñera en China —“cada uno tiene el sistema político que quiera darse”— es que el Presidente de Chile entiende y demuestra que los países tienen intereses, más que amigos o incluso que principios. La mala noticia es que esa declaración contradice la postura militante que ha tenido el Mandatario para ayudar a un cambio de régimen en Venezuela. Con todo, es mejor un Presidente de la República defienda los intereses del país que uno que se crea superhéroe dedicado a promover la causa de la democracia.
En su gira por China, ante las críticas por la falta de democracia y por las violaciones a los derechos humanos que se cometen en ese país, el Presidente Piñera sabiamente dejó en claro que Chile comercia y colabora con países independientemente del tipo de régimen que tengan. Como un panadero que le vende pan a los clientes que entran a la panadería y respetan las reglas —sin preguntar si esos clientes son buenos padres, esposos o vecinos—, Chile no puede darse el lujo de condicionar sus relaciones económicas y comerciales a que nuestros socios compartan nuestros valores democráticos y nuestro profundo compromiso de respeto por los derechos humanos. Porque, además, nuestro país tiene todavía mucho que avanzar en materia de respeto a los derechos de todas las personas, no estamos en posición de convertirnos en los apóstoles del respeto a los derechos humanos en el mundo. En las instancias internacionales pertinentes, sin duda que debemos defender las banderas de la democracia y de los derechos humanos. Pero cuando un país quiere comprarnos cobre, vino, frutas o cualquiera de los productos y servicios que ofrecemos en el mercado internacional, no podemos condicionar el intercambio comercial a que nuestros socios compartan nuestros principios.
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