Ahora que la amenaza del coronavirus ha cambiado radicalmente la agenda y las prioridades, tanto el gobierno como la oposición necesitan redefinir sus prioridades y estrategias para lograr salir a flote en una cancha completamente distinta a aquella en la que se jugaba la política chilena a partir del 18 de octubre. Aunque el gobierno de Sebastián Piñera estaba moribundo, la amenaza del coronavirus le ha dado una sorpresiva oportunidad para recuperarse. Al resto de los chilenos, en tanto, nos obliga a repensar los juicios que teníamos sobre las fortalezas y debilidades del país. Igual que un matrimonio que estaba por divorciarse y que de pronto recibe la noticia de que un hijo tiene cáncer, las prioridades en el país han cambiado radicalmente. Después de la crisis, los problemas que teníamos se habrán profundizado y el quiebre será todavía más inevitable o bien la crisis habrá permitido reconstruir la relación y salir fortalecidos como país.
Hasta hace una semana, los chilenos todavía hablaban más del proceso constituyente que del coronavirus. Pero a medida que fue aumentando el número de casos reportados, la preocupación popular aumentó y el gobierno decidió apurar su respuesta declarando el estado constitucional de catástrofe. En una semana, pasamos de ser un país que veía con preocupación el efecto que el virus tenía en otros países del planeta a ser uno que —aunque todavía no se reporta ninguna muerte a causa del virus— se reconoce bajo el ataque de esa pandemia.
De esta forma, con la misma sorpresiva velocidad con la que se apoderó de la agenda a fines de octubre, el estallido social pasó a un incuestionable segundo plano. Tanto es así, que la respuesta que dio la clase política al estallido social —el proceso constituyente— ha sido aplazado en varios meses. El plebiscito de entrada fue retrasado en seis meses. Los que mañosa e injustamente reclamaban que habían esperado 30 años, ahora tendrán que esperar seis meses más.
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