El enemigo interno del gobierno

La forma en que Piñera ha gobernado en su segundo periodo demuestra que la derecha chilena predica un discurso de meritocracia —especialmente en su intento por revertir algunas de las más controversiales reformas que implementó el gobierno de Bachelet. Pero en la forma en que ejerce el gobierno, La Moneda sigue privilegiando una estrategia elitista y excluyente.

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No hay peor enemigo que el enemigo interno. El gobierno del Presidente Sebastián Piñera está en problemas porque ha sido incapaz de practicar lo que predica. La forma en que Piñera ha gobernado en su segundo periodo demuestra que la derecha chilena predica un discurso de meritocracia —especialmente en su intento por revertir algunas de las más controversiales reformas que implementó el gobierno de Bachelet. Pero en la forma en que ejerce el gobierno, La Moneda sigue privilegiando una estrategia elitista y excluyente.

Desde que se inició el gobierno en marzo de 2018, el gobierno ha tropezado reiteradas veces con la misma piedra del nepotismo y amiguismo. Aunque éstos generaron inicialmente suficiente polémica como para que aprendiera la lección, las polémicas recientes parecen dejar en claro que eso no pasó. En días recientes, desde la polémica que se generó producto de la inclusión de los dos hijos del Presidente a la gira a China hasta la forma en que el gobierno manejó el ahora frustrado nombramiento de la jueza Dobra Lusic, da la impresión de que La Moneda simplemente no logra entender que los chilenos se han comprado el ideal de meritocracia y demandan que el gobierno aplique el principio de la igualdad de oportunidades y altos estándares de probidad a todas las decisiones que toma. No hay nada que genere más rechazo entre los chilenos que ver que las reglas aplican de forma diferenciada, favoreciendo a los amigos y discriminando a los que no tienen santos en la corte.

Tanto la inclusión de los hijos del Presidente Piñera a la gira a China como la decisión de nombrar a Lusic a sabiendas de las acusaciones que existían en su contra—y la decisión de mantener ese nombramiento pese a la evidencia que se había acumulado en su contra—reflejan que al gobierno simplemente no le importa practicar el discurso de meritocracia y altos estándares de probidad que predica.

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