La conclusión inevitable de un viaje a América Latina con el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, es que tiene una oportunidad indiscutible de convertirse en una voz destacada en toda América.
No es la primera vez que Canadá se encuentra en situación de asumir el liderazgo regional. En las últimas décadas, ha aprovechado algunas de esas oportunidades y ha desperdiciado otras, enredándose en idas y vueltas en vez de hacer esfuerzos sostenidos.
Sin embargo, esta oportunidad parece especial. El compromiso político de Canadá en la región comenzó con el padre de Trudeau, el primer ministro Pierre Elliott Trudeau, quien en los años sesenta y setenta intentó diversificar su comercio y se acercó a Brasil, México y Venezuela, entre otros.
El interés de Ottawa y el mundo empresarial canadiense disminuyó con la crisis de la deuda latinoamericana en 1982. Los únicos que siguieron prestando atención a la región fueron las ONG que trabajaban en el ámbito de los derechos humanos a finales de los setenta y continuaron con las crisis centroamericanas en los ochenta. Dichas ONG empujaron al gobierno a intervenir política y militarmente en las labores de paz en Centroamérica.
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