En un reciente estudio sobre los compromisos de política exterior de los países de Latinoamérica con respecto a la democracia y los derechos humanos, encontramos tres patrones de comportamiento distintos. Existen los “liberales”, como Chile y Costa Rica, que, ya sea en foros internacionales o regionales, han votado de forma consistente para denunciar violaciones de derechos humanos en países como Siria y Corea del Norte y además han cooperado voluntariamente con las organizaciones multilaterales de la región en relación con inquietudes en materia de derechos humanos en sus propios países. También tenemos a los que denominamos “díscolos”, como Venezuela y Cuba, que votaron con consistencia en contra de cualquier crítica a los derechos humanos en cualquier país, incluyendo en contra de Siria, Corea del Norte o Ucrania y que se abstuvieron de expresar sus preocupaciones con respecto a otros países junto con República Dominicana. Como era de esperarse, estos gobiernos despreciaron igualmente los instrumentos internacionales y regionales para proteger la libertad dentro de sus propias fronteras. Y por último, están los “facilitadores”, los que, como Brasil, pre eren darle prioridad a la no intervención y a menudo se abstienen en las votaciones importantes sobre Siria, Corea del Norte y Ucrania.
Sin embargo, entre estas tres categorías descubrimos una cuarta: los estados que de enden los derechos humanos en los foros internacionales pero que se muestran sensibles y susceptibles cuando se trata de los derechos humanos en sus propios países. ¿Cuáles son estas naciones? Argentina (bajo los Kirchner) y México.
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