El año pasado, cuando falleció Teodoro Petkoff, hice un ejercicio crítico de mi interacción con él. En primer lugar le conocí siendo yo periodista, corresponsal de una agencia internacional de noticias para más señas, y Petkoff era entonces ministro por primera y única vez en su vida. Eran los años del segundo gobierno de Rafael Caldera (1994-1999).
Durante aquellos años Petkoff, sin duda, era una de las principales fuentes de información en el marco de un gobierno en el que nada parecía estar pasando. En no pocas ocasiones, cuando escribía citando a Petkoff lo terminaba presentando o introduciendo, ante lectores de otros países, como el ex guerrillero devenido en ministro con responsabilidad en un programa de ajuste macroeconómico.
Si ya tenía casi completas las cuatro líneas de cada párrafo, entonces sólo ponía el ex guerrillero y ahora ministro.
Un pecado de cualquier corresponsal está en ese incesante ejercicio de decir las cosas en pocas palabras, en simplificar para que el lector que está en otro país, en otras realidad, en una rápida lectura entienda de qué van las cosas. Resumidamente, se aplana la realidad para que quepa en una nota que no sabremos efectivamente cuál medio de comunicación de qué país irá a publicar.
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