Pasan las semanas después del fraude electoral del 20 de mayo, sin que haya una respuesta política y estratégica ante la pregunta que gravita en el país: ¿y ahora qué hacer? ¿Cuál es la ruta a seguir por parte de quienes quieren restituir la democracia en Venezuela? Hemos estado ante una dirigencia enmudecida, desarticulada, desorientada.
Con lo ocurrido el 20M se reafirmó Maduro, de eso no hay dudas. Desde mi punto de vista se trató en realidad de un acto de ratificación para los suyos, empero no le da ninguna legitimidad ante la ola de sanciones, presiones y llamados que hacen la gran mayoría de países americanos y europeos. El escenario internacional se ha endurecido tras el 20M, ya que no quedan dudas sobre el carácter dictatorial del régimen de Nicolás Maduro.
La claridad con la que la comunidad internacional entiende hoy la naturaleza autoritaria del gobierno de Maduro, choca con la falta de interlocutores que simbolicen consenso y de una agenda a seguir en la lucha interna, que goce de credibilidad y respaldo mayoritario. Tenemos muchas voces lanzando flechas en diversas direcciones.
Ni siquiera un planteamiento tan específico, como el realizado por la Unión Europea y el Parlamento Europeo, de que deben realizarse nuevas elecciones en Venezuela, es recogido de forma firme y consistente por alguno de los actores opositores.
De lo poco que conozco en persona a dirigentes políticos venezolanos, me temo de que estemos ante líderes sin capacidad de escuchar, con lo cual lo único válido es lo que sale de sus bocas. Esto es muy grave dada la magnitud y el carácter pluridimensional que tiene la crisis venezolana. El país requiere ahora y requerirá en los próximos 20 años de consensos de todo tipo.
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