El domingo, los votantes eligieron a Guillermo Lasso como presidente de Ecuador por encima de Andrés Arauz, un populista de izquierda. Algunos analistas están denunciando el fin del progresismo, pero lo que realmente estamos viendo es un retroceso bienvenido para una extraña forma de política de hombres fuertes: el fenómeno de los expresidentes que buscan extender su control e influencia eligiendo y respaldando a sus protegidos en las elecciones nacionales.
Arauz fue elegido personalmente por el expresidente Rafael Correa, un economista semiautoritario que gobernó Ecuador de 2007 a 2017. En América Latina se ha vuelto normal que los expresidentes asciendan a candidatos sustitutos. Hoy en día, los expresidentes son los nuevos caudillos y esperan extender su gobierno a través de sus herederos elegidos. Esto se conoce como delfinismo.
En la última década, al menos siete presidentes elegidos democráticamente en América Latina fueron elegidos por un predecesor. Estos candidatos sustitutos deben gran parte de su victoria a la bendición de su patrón, que tiene un precio. Se espera que los nuevos presidentes se mantengan leales a los deseos de sus patrocinadores.
América Latina actualizó este modelo de caudillismo. Los golpes de Estado y las prohibiciones electorales pasaron de moda en la década de 1980, por lo que en lugar de abolir la democracia, se volvió más común que los líderes reescribieran las Constituciones y manipularan las instituciones para permitir la reelección. Siguió un boom de reelección: América Latina vio el regreso de 15 expresidentes a la presidencia.
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