En abril de 1961, un intento estadounidense por derribar a la naciente revolución cubana fracasó en Playa Girón. Las fuerzas leales a Fidel Castro derrotaron a los invasores, lo que se debió a dos errores. Primero, Washington subestimó el apoyo popular a la revolución. Segundo, optó por no usar sus propias tropas en el intento por derrocar al régimen castrista.
Hoy, 58 años después, existe un alto riesgo de que la historia se repita en Venezuela. Aunque todavía hay posibilidades de que el alzamiento convocado por el Presidente Encargado Juan Guaidó derroque al régimen de Nicolás Maduro, no hay olvidar que las dictaduras militares son difíciles de derribar. Precisamente porque los tiranos no trepidan en hacer sufrir al pueblo para mantenerse en el poder, no basta con que una amplia mayoría de la gente quiera el retorno de la democracia para conseguirlo.
Las comparaciones nunca son perfectas. A diferencia de Cuba en 1961, el régimen dictatorial de Venezuela lleva ya más de dos décadas en el poder. Si bien Hugo Chávez ganaba con las elecciones democráticas en los primeros años, a medida que el régimen se fue haciendo más autoritario y que el apoyo se comenzó a basar en la distribución de subsidios a los más pobres y en la persecución de los rivales, el gobierno venezolano cada vez confió menos en la democracia. Después de la muerte de Chávez en 2013, la capacidad del gobierno para financiar el ambicioso plan de subsidios sociales que éste había diseñado se vio limitada tanto por la caída en los precios del petróleo como por la caída en la producción petrolera de PDVSA.
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