La iniciativa del Presidente Sebastián Piñera de crear una nueva instancia regional, Prosur, que remplace a la moribunda Unasur, es una mala idea que busca remplazar otra mala idea. Porque hay más organismos de integración que países en la región y porque Piñera ya creó la Alianza del Pacífico en su primer gobierno, no se entiende su obsesión por inventar una nueva burocracia internacional. Peor aún, dado que esta iniciativa agrupa solo a gobiernos de derecha, su futuro depende de la continuidad de quienes ahora ejercen el poder.
América Latina debe tener el récord mundial de iniciativas de integración regional. Se han formado tantas en las últimas décadas que es muy probable que superen el número de países que hay en la zona. Como la evidencia es concluyente respecto a la insuficiente integración y coordinación que existe en el subcontinente, parece razonable concluir que más proyectos de este tipo no producirán resultados distintos. Si las iniciativas que se han creado en el pasado no han producido los resultados esperados, no hay razón para creer que ahora las cosas serán diferentes. Como bien sabemos, si queremos resultados distintos, no podemos seguir haciendo lo mismo de siempre.
En su llamado a formar una nueva instancia de integración regional, el Presidente Piñera dijo que buscaba reunir a todas las democracias de la región que respetaran los derechos humanos. Esto es, todos los países, menos Venezuela. Cualquier observador medianamente informado recordaría que ese mismo objetivo, para toda América Latina y el Caribe, fue lo que buscó la firma de la Carta Democrática en 2001. Pero poco tiempo después, el foco de los países de la OEA se centró en lograr la reincorporación de Cuba al foro internacional, incumpliendo el mandato de esa importante, pero aparentemente intrascendente, declaración de septiembre de 2001 —aunque el foco de Estados Unidos, que ayudó a impulsar esa iniciativa, también cambió, al concentrarse en el Medio Oriente después de los ataques del 11 de septiembre.
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