No hay ningún indicador más claro de la existencia de una democracia fuerte y un estado de derecho consolidado que el respeto a la autoridad y el apego a las reglas. A menos que empecemos a respetar a las autoridades y a comportarnos de forma civilizada en nuestras interacciones con otros ciudadanos, difícilmente podremos construir una sociedad más justa e igualitaria.
La polémica que generó el incidente en el aeropuerto en que un carabinero disparó a un chofer de Uber que se negó a seguir las instrucciones y que, en cambio, intentó atropellarlo para huir del lugar, ejemplifica las distintas prioridades que tienen muchos chilenos. Comprensiblemente, algunos expresaron preocupación por la decisión del carabinero de realizar un disparo que, afortunadamente, sólo hirió en el brazo al conductor; cualquier error en su accionar hubiera podido costarle la vida al automovilista. Otros, también correctamente, han puesto el foco en la irresponsable decisión de este último, que desoyó las instrucciones del policía que le estaba apuntando con un arma; parece lógico pensar que, cuando alguien te apunta con un arma cargada, es mejor obedecer que arriesgar recibir un balazo. Por cierto, el insensato comunicado de la empresa Uber, que en ningún momento criticó la decisión de su “socio conductor” de desacatar la orden de un carabinero también generó justificado rechazo; ninguna empresa puede desconocer que sus trabajadores tienen la obligación de respetar la ley.
Pero más allá de la discusión sobre cómo se pudo haber evitado esa situación, el incidente mismo refleja un problema más profundo que existe en Chile. El conductor Uber optó por desafiar la autoridad de un carabinero, aun cuando éste le apuntaba con una pistola, porque el respeto a ellos parece una norma que se ha perdido. Vemos regularmente en marchas que los encapuchados —y muchos que ni siquiera se encapuchan— agreden violentamente a funcionarios que están haciendo su trabajo de proteger el orden público. Sabiendo que los que agreden a carabineros gozan de impunidad, muchas personas ni siquiera lo piensan dos veces antes de golpearlos o lanzarles piedras.
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