Rómulo Betancourt, a quien podemos llamar sin vergüenza el padre de la democracia moderna en Venezuela, falleció el 28 de septiembre de 1981. Nunca lo ví en persona. La imagen que recuerdo más directamente de verlo en televisión fue cuando dijo “we will come back”, para anunciar que los adecos volverían al poder tras perder Luis Piñerúa en las elecciones de 1978 ante Luis Herrera Campins.
Tanto Rafael Caldera como Carlos Andrés Pérez, el primero siendo presidente, el segundo en plena campaña para su primera presidencia, visitaron el barrio en el que yo crecí en Barquisimeto. De ellos guardo un recuerdo directo. Betancourt en la década de los 70, cuando yo andaba ya acercándome a mítines políticos, aun siendo un niño, había optado por retirarse de la vida pública. Ha sido una excepción, en nuestra historia, ya que sabiamente entendió que había cumplido su papel.
Sin haber tenido nunca un contacto directo con Betancourt, es posiblemente sin embargo la figura pública de la que pude saber más detalles de su lado humano. Una tía mía, a mitad de los años 70, sirvió en la casa de Rómulo. Era una de las personas que limpiaba en la casa del expresidente. Aquello me intrigaba y cada tanto que mi tía iba de visita a Barquisimeto la atormentaba yo haciéndole preguntas sobre Betancourt.
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