Después de un primer año con nulos logros en los principales elementos de la agenda de reformas legislativas, el Presidente Sebastián Piñera realiza lo que en tenis se denomina el segundo servicio. Al invitar a los presidentes de los partidos de la oposición a dialogar, reconoce la condición minoritaria de su coalición en el Congreso y da señales de que acepta que, para lograr avanzar en sus propuestas, necesita de los votos de la oposición. Aunque ello implique que el gobierno deberá realizar concesiones para conseguir que se promulguen las reformas tributaria, de pensiones y laboral, es mucho mejor que mantener una postura dura y principista, sin lograr que la pelota pase al otro lado de la red.
El éxito de los gobiernos se mide por las cosas que hacen, no por las cosas que infructuosamente intentan hacer. Aunque a veces tiene sentido dar la pelea por principios y valores sabiendo que se van a perder, no se puede vivir solo de gestos simbólicos. La gente escogió a Sebastián Piñera como Presidente para que pusiera al país en una hoja de ruta diferente a la que Chile había tomado bajo el liderazgo de Michelle Bachelet. Pero, como el electorado envió una señal confusa al elegir una mayoría de centroizquierda en el Congreso, el avance de la agenda de la actual administración depende de su capacidad para construir acuerdos con la mayoría opositora.
Ahora que se inicia el segundo año de gobierno, Piñera no tiene mucho tiempo que perder. En su primer año, se esmeró en introducir algunas reformas que no necesitan de mayorías en el Congreso y priorizó aquellas que le permitieron al gobierno construir mayorías ad hoc. El objetivo de La Moneda era crear un clima de cooperación y diálogo que pudiera sentar las bases para acuerdos más profundos y significativos en torno a las modificaciones tributarias, laboral y de pensiones.
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