¿Será Ledezma la voz de todos?

El reciente caso de recuperación de libertad que protagonizó el alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, deja en evidencia nuevamente que en Venezuela se producen las situaciones más inesperadas también en la arena política. Ledezma, desde el exilio, pasa ahora a tener un papel clave. El cómo se conduzca este veterano de la política venezolana será asunto que podría impactarnos a todos en Venezuela.

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Tras su reunión con Mariano Rajoy, presidente del gobierno español, Ledezma escribió directamente en Twitter: “Insistí en que seré la voz de todos los presos políticos, perseguidos y exiliados venezolanos que sufren las injusticias del régimen”. Es una síntesis clara y diáfana de lo que espera hacer Ledezma: ser la voz de todos, poniendo énfasis en los presos políticos, perseguidos y exiliados.

Ser la voz de todos es un enorme desafío en la Venezuela de hoy. Lo que comúnmente suele llamarse oposición democrática, que abarca más allá de la MUD, está signada por la fragmentación. Cada uno de nuestros dirigentes, aquellos que gozan de ascendencia sobre la población, termina llamando a unidad, sí, pero unidad en torno a lo que él o ella propone.

La división que hoy se vive en el campo opositor es una dura y cruda realidad para millones de venezolanos que aguardaban mejores respuestas del liderazgo (de todo el liderazgo). Ser la voz de todos, como plantea Ledezma, implicará capacidad de construir consenso, de escuchar a los diferentes y de tejer acuerdos mínimos.

Lo hemos dicho, pero no está demás repetirlo. El momento de crisis y la proximidad de un 2018 en el cual el régimen de Nicolás Maduro intentará atornillarse –aun más- en el poder, requiere de una definición estratégica. Toda la oposición democrática debe confluir en un objetivo único, y de forma combinada y complementaria, activar diferentes acciones y actividades.

Tal como ha señalado Ledezma hace falta autocrítica entre quienes han conducido la Mesa de la Unidad Democrática. Sin duda, es necesario que nuestro liderazgo sea capaz de decirle a la población nos equivocamos, esta estrategia que hemos llevado a cabo no permitió alcanzar el éxito que todos esperábamos.

El síndrome de la falta de autocrítica no es sólo un asunto que compete a Julio Borges o Luis Florido, por poner mencionar sólo a dos de los dirigentes políticos que están en el tapete. No sólo debe hacer un mea culpa un veterano como Henry Ramos Allup o un joven como Freddy Guevara.

Quien hoy pide la autocrítica, como es el caso de Antonio Ledezma, tampoco ha sido un practicante de la misma en el pasado. Y como han errado unos lo han hecho otros. Nadie, y menos en política, tiene una condición divina que los exculpe de sus acciones y decisiones.

Hace 12 años en 2005, Antonio Ledezma fue el adalid de la estrategia abstencionista de entonces de cara a las elecciones parlamentarias de aquel año. Se decía que si no se iba a votar el régimen de Chávez quedaría desacreditado ante la comunidad internacional y que ya no sería legítimo.

Tras tener el 100 por ciento de diputados en la Asamblea Nacional, Chávez no sólo siguió siendo legítimo ante los ojos de otros países, sino que avanzó a paso acelerado para hacerse de todo el poder. De aquel 2005 vino después el control total sobre el TSJ, el CNE, la Fiscalía  y Defensoría, entre otras decisiones que tienen secuelas vivas hoy.

No hubo de Antonio Ledezma una autocrítica, al menos no la recuerdo ni la he encontrado en el historial de sus pronunciamientos.

Tampoco Ledezma, junto a los otros convocantes de “La Salida” en 2014, hicieron un ejercicio público de autocrítica por lo que fue una estrategia fallida.

Y así vamos. Actores políticos que sólo ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo.

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