La semana pasada, Tillerson comenzó la gira con una parada en su alma mater, la Universidad de Texas, campus Austin, donde respaldó de manera insensible la doctrina Monroe de 1823 al decir que el derecho que tiene Estados Unidos de bloquear la interferencia externa en el hemisferio es “tan relevante ahora como el día en el que fue redactada”.
En una región que ha sufrido incontables intervenciones estadounidenses en nombre de la doctrina Monroe, invocarla como una guía legítima de la política internacional de Estados Unidos es tan solo un poco mejor que abogar por la “carga del hombre blanco”.
Durante el año pasado, el gobierno de Trump transgredió reiteradamente muchos de los principios básicos de las relaciones diplomáticas en el hemisferio. Aunque tenía la intención de ser una advertencia para la creciente influencia china en la región, hablar de la doctrina Monroe sorprende mucho porque el propósito tácito del recorrido de seis días de Tillerson por México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica era reparar algunos de los daños diplomáticos del año pasado e intentar apuntalar el apoyo regional para aislar al gobierno autocrático de Venezuela.
Aunque al final Tillerson haya logrado su objetivo básico de garantizar el apoyo para imponer sanciones más severas al gobierno de Venezuela, fue una victoria estrecha en una región donde Estados Unidos tiene una amplia variedad de intereses.
Durante su campaña y su primer año en el cargo, el presidente Trump logró tocar todos los puntos sensibles de la región. Insultó a los inmigrantes mexicanos y amenazó con construir un muro fronterizo, una afrenta no solo para el segundo socio comercial más importante de Estados Unidos, sino también para el resto del hemisferio. Se refirió al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) como el “peor acuerdo comercial” de la historia: un pacto que ha creado una mayor estabilidad y riqueza en México y más allá. También suspendió el Estatus de Protección Temporal (TPS, por su sigla en inglés) de cientos de miles de inmigrantes de Nicaragua, El Salvador y Haití a los que obligará a regresar a sus países.
Por lo tanto, no fue ninguna sorpresa que, incluso antes de la suspensión del TPS para los salvadoreños, una encuesta que Galluprealizó en 2017 revelara que en veinte países de América Latina tan solo el 16 por ciento de los ciudadanos tenía una opinión positiva de Trump.
Durante la visita de Tillerson, el presidente dio otra sorpresa. El 2 de febrero, en una mesa redonda que se celebró en Virginia y se transmitió por televisión, Trump desafió a los países que habían aceptado la ayuda para combatir el narcotráfico de Estados Unidos: no dijo nombres, pero todos sabían que hablaba de Colombia, Perú, México y los países de Centroamérica. Aseguró que se estaban riendo de Estados Unidos, pues aceptan los dólares de los contribuyentes estadounidenses mientras se benefician del tráfico de drogas. El presidente amenazó con suspender la ayuda a los países que no estaban haciendo lo suficiente para terminar con la producción ilegal de drogas.
El comentario fue un insulto dirigido a los socios que ha tenido Washington a lo largo de décadas de guerra contra el narcotráfico. Todo los países —tres de los cuales Tillerson iba a visitar— han sido aliados consistentes al momento de enfrentar el problema de los narcóticos. Esos gobiernos y sus ciudadanos han llevado la peor parte del apetito por las drogas de Estados Unidos y su prolongada estrategia enfocada en el suministro, hasta que los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama dirigieron más esfuerzos a la demanda.
Para leer más, visite The New York Times.
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