Foto: Xi Jinping y Vladimir Putin durante un encuentro en Moscú / Fuente: AFP
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Una imagen vale más que mil palabras. A más de setenta años del pacto de amistad firmado entre Stalin y Mao Tse-Tung, la aparición conjunta entre el presidente chino Xi Jinping y el mandatario ruso Vladimir Putin en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín no solo brindó la demostración más directa de la unidad chino-rusa en décadas sino también la señal más clara de que las dos potencias tienen la intención de dar forma a un nuevo orden mundial, en el que el dominio global de la posguerra por parte de Estados Unidos está en retroceso y el vacío es aprovechado para que puedan prosperar los regímenes autocráticos, en lo que representa un cambio geopolítico con un impacto incalculable en materia de derechos humanos.
La abstención de China en Consejo de Seguridad de la ONU en la resolución sobre la invasión rusa a Ucrania y la falta de condena a la intervención militar soviética son señales inequívocas de esa alianza aún en ciernes. Si bien operan desde perspectivas estratégicas disímiles, Putin y Xi tienen múltiples ambiciones superpuestas. En ese contexto, los impulsos propagandísticos de ambos se refuerzan de modo recíproco y coinciden con objetivos comunes: esmerilar el poder blando de Estados Unidos, socavar la cohesión europea y exacerbar las disputas transatlánticas para debilitar a los competidores democráticos en el extranjero. Uno y otro tienen como finalidad hundir la confianza en los medios tradicionales y minar las normas democráticas sobre la libertad de expresión para fortalecer su control sobre el poder.
La determinación de Rusia y China se ha fortalecido por la percepción global de que la erosión de los valores democráticos en Estados Unidos, por la irrupción de Donald Trump, llevará años de esfuerzos diplomáticos en ser reparada, en tanto el movimiento surgido sobre el culto al extravagante magnate neoyorquino no recupere el poder en las elecciones presidenciales de 2024.
China y Rusia compiten por el liderazgo, infame, entre los principales depredadores de la libertad de prensa. Por tercer año consecutivo, China terminó el 2021 como el máximo carcelero mundial de periodistas, con 50 reporteros presos por su labor, según el censo del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). Si bien el trato despiadado que China dispensa a la prensa ya no es novedad, el análisis del CPJ incluyó por primera vez a periodistas presos en Hong Kong, por la aplicación de la restrictiva Ley de Seguridad Nacional.
Otro informe reciente de Reporteros sin Fronteras (RSF, por sus siglas en francés), titulado “El gran salto hacia atrás del periodismo en China”, describe los esfuerzos de Pekín para controlar el acceso a la información, con un manual de tácticas represivas que incluye la expulsión y listas negras de corresponsales extranjeros; la expansión de líneas rojas para informar sobre temas sensibles; el acoso y arresto de periodistas uigures, y una creciente campaña de propaganda a través del uso masivo de los medios estatales y las misiones diplomáticas en el extranjero.
Mientras Rusia aumenta la censura informativa a partir de la guerra, las organizaciones de la sociedad civil sufren nuevas represalias debido a la modificación de la legislación sobre “agentes extranjeros” y “organizaciones indeseables”. En una carta enviada al presidente Alberto Fernández, previo a su reciente encuentro con Vladimir Putin, Amnistía Internacional advirtió que “esta ley también es utilizada para restringir la libertad de expresión y silenciar a medios de comunicación independientes, periodistas y activistas”.
Asimismo, Rusia tiene un registro nefasto en materia de periodistas asesinados, como han documentado en detalle las organizaciones. “Mientras que en la década de 1990 y principios de la de 2000 los periodistas fueron asesinados por sicarios, como sucedió con nuestra periodista Anna Politkovskaya, por ejemplo, ahora es una política de estrangulamiento suave que sucede con la ayuda de la ley de agentes extranjeros”, aseguró el Premio Nobel de la Paz y director de la prestigiosa publicación Novaya Gazeta, Dimitry Muratov, en una entrevista con la CNN.
Mientras Xi y Putin intensifican su arremetida contra sus críticos, con un fuerte aumento de la censura, ambos líderes se solazan con lo ocurre en Estados Unidos que dejó hace tiempo de ser un paraíso del periodismo libre con el brillo opacado de las garantías ofrecidas por la Primera Enmienda. Los datos duros no dejan espacio para demasiadas interpretaciones: más de 140 agresiones físicas a periodistas se suman a 59 arrestos o detenciones en 2021, récord en materia de violaciones contra la libertad de prensa, según lo documentado por el US Press Freedom Tracker, principal repositorio de información sobre abusos contra periodistas en Estados Unidos.
Si bien la relación entre prensa y poder ha cambiado drásticamente desde la asunción del presidente Joe Biden hace más de un año, según lo confirma un informe reciente del CPJ, es necesario resaltar que durante el período de Trump la prensa se convirtió en el “enemigo del pueblo americano” y el blanco de un gobierno que transformó a la prensa en su rival predilecto.
Pero el legado de Trump, aseguran expertos y analistas, ha provocado un daño enorme. El abandono de Estados Unidos del consenso bipartidista sobre los derechos humanos que sobrevino durante su mandato tomará tiempo en ser rectificado a pesar de los esfuerzos de la administración Biden en el retorno al multilateralismo. La tendencia de Trump de halagar a dictadores y sus políticas represivas no solo ha impulsado a líderes autocráticos como Viktor Orban (Hungría), Recep Tayyip Erdogan (Turquía), Abdel Fattah al-Sisi (Egipto) y Rodrigo Duterte (Filipinas) a embestir contra sus críticos, sino que creó un entorno más permisivo que ha exacerbado los ataques contra una democracia global en pendiente pronunciada.
Carlos Lauría es Consultor en Proyectos Globales de CADAL. Él es periodista y experto internacional sobre libertad de prensa, encabezó hasta noviembre el área de libertad de expresión del programa de periodismo independiente de la Fundación Open Society.