Venezuela between question marks

Venezuela continues to be mired in the worst economic and humanitarian crisis in Latin America’s recent history. With Maduro beginning a second term, prospects for a way out are uncertain. But two events have pointed to a potential for change.

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[EnglishArticle]As Nicolás Maduro celebrates six years in power, he’s also ringing in a new (presumably) six-year term. Six years ago at this time, Hugo Chávez’s political heir assumed the presidency following the death of his predecessor and a very tight election. Today, Venezuela is suffering an economic crisis of epic proportions and a humanitarian crisis whose scale has confounded the region. And although the majority of the Western Hemisphere is refusing to recognize Maduro’s new term, there’s no clear way out from this mess.

The country that for decades was a democratic model for the rest of Latin America is today only an example of what to avoid.  Not only is the economy in crisis, but respect for civil liberties is at an all-time low and poverty rates continue to skyrocket. Maduro represents a new wave of authoritarianism for the region, and the likely survival of his regime will send a clear signal to other authoritarian governments in Latin America (Nicaragua and Bolivia and perhaps more in the future) that it is possible to hold on to power despite economic disaster and international pressure.

An economic policy defined by state controls and arbitrary policymaking has simply devastated the once-oil-rich country. Politically, Venezuela has ceased to be a leader for the rest of the region.  Even among its OPEC partners, Caracas has come to symbolize how a country with vast oil wealth can be destroyed by poor governance.

In the political realm, after fracturing of the democratic opposition in 2018, Maduro organized elections that were widely condemned by the international community but that the government held anyway on May 20th, 2018. Unsurprisingly, Maduro was re-elected despite his unpopularity.

However, at the beginning of 2019, two events occurred in a matter of days that seem to have created possible new scenarios that, however unlikely, are important to discuss.

First, on January 5th, the opposition-controlled National Assembly elected the deputy Juan Guaidó as its new president. A member of the Voluntad Popular (Popular Will) party—founded by Leopoldo López—the rise of the practically unknown Guaidó is best explained by the harsh repression of the party by the Maduro regime that has led to the exile of several of its more prominent leaders, including David Smolansky and Carlos Vecchio. Meanwhile, another emblematic young leader, Freddy Guevara, has been held in the Chilean embassy in Caracas for more than a year.

Second, on January 10th, Maduro, more determined than ever to hold on to power, took his oath of office as president for a new six-year term. But the event marked a turning point on the part of the international community. The European Union, a large part of Latin America, Canada and the United States all made it clear that they will refuse to recognize the new Maduro government.

No matter the near universal condemnation from the Western Hemisphere and Europe, however, there are no clear practical paths for preventing Maduro from holding on to power indefinitely. The absence of consensus on the part of these theoretically like-minded western democracies is remarkable; reactions run the gambit from the unequivocal position of Paraguay (which chose to break relations with Venezuela), to lukewarm reactions (i.e. recalling ambassadors), to the policy of the European Union of maintaining the diplomatic status quo, to the policy of sanctions embraced by the United States and, to a lesser extent, Canada. Added to the convoluted state of the international community is the risk that Venezuela will find itself caught in the middle of a dispute between two new governments in regional powerhouses: Mexico and Brazil. This public polarization and lack of consensus favors Maduro, giving precious breathing space to his regime.

Within Venezuela, there was another turning point at the beginning of 2019. The rise of Guaidó, along with the international recognition of the National Assembly as the only legitimate power in the country, opens the possibility that parliamentary body can deliver Venezuela to a post-chavismo transition period.

Their first choice may be through the armed forces. Although turning directly to the armed forces would be a sign of weakness and a risky gamble, the armed forces are the main reason Maduro is still in power. They’ve periodically reaffirmed their support for Maduro throughout his first time, and did so again on January 10th. The new opposition strategy is making direct appeals to the military to withdraw their support from Maduro in favor of change. Two good signs—one domestic, one international—that may keep the door open for change; how, specifically, remains unclear.

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Nicolás Maduro cumple seis años en el poder y pretende estar otro período similar. Hace 6 años se conoció del deceso de Hugo Chávez y su heredero político se hizo de la presidencia. Hoy Venezuela padece lo que es considerada su peor crisis económica, la crisis humanitaria con la salida masiva de venezolanos desafía a la región y pese a que los países del hemisferio occidental en su gran mayoría no le dan legitimidad a un nuevo período de Maduro en el poder, tampoco está claro cuál será el camino para encontrar una salida.

El país que durante décadas fue modelo democrático para el resto de América Latina es hoy objeto de los más diversos señalamientos: tiene el peor récord económico, campea la falta de libertades y el empobrecimiento es galopante. Maduro representa un autoritarismo de nuevo cuño para la región y la sobrevivencia de su régimen le dará una clara señal a otros gobiernos autoritarios en América Latina (Nicaragua y Bolivia): es posible sobrevivir en el poder pese al desastre económico y la presión internacional.

La receta económica de controles de la economía sencillamente devastó al otrora país de riqueza petrolera. En lo político, Venezuela dejó de ser un ejemplo para el resto de la región, y entre sus socios de la OPEP, Caracas simboliza el caso de cómo un país con amplias riquezas petroleras puede ser destruido por una mala gestión de gobierno.En la política, tras lograr la fractura de la oposición democrática en 2018, Maduro organizó unas elecciones que no tuvieron el reconocimiento internacional pero que finalmente se efectuaron el pasado 20 de mayo. Sin sorpresa alguna, el impopular gobernante fue reelecto.

Sin embargo, al iniciarse este 2019 sucedieron dos hechos en cuestión de días que parecen abrir un nuevo escenario y que son importantes de señalar, aunque siga prevaleciendo la incertidumbre.

El 5 de enero fue electo como presidente de la Asamblea Nacional (parlamento dominado por la oposición) el diputado Juan Guaidó. Diputado electo por el partido Voluntad Popular—fundado  por Leopoldo López—el  ascenso de un prácticamente desconocido Guaidó se explica precisamente por la represión dura del régimen contra este partido que llevó al exilio a varios de sus dirigentes (David Smolansky y Carlos Vecchio, entre otros). En tanto, otro dirigente joven emblemático, Freddy Guevara, tiene más de un año recluido en la embajada de Chile en Caracas.

El segundo. El 10 de enero Nicolás Maduro llevó adelante su juramentación como presidente para un nuevo período de 6 años. Empecinado en continuar en el poder, este 10 de enero se produjo un verdadero punto de inflexión por parte de la comunidad internacional. Claramente Europa Occidental y gran parte de América Latina, junto a Estados Unidos y Canadá, dejaron en claro que no reconocen al gobierno de Maduro.

Discursivamente hay consenso en la comunidad internacional, pero en el terreno práctico hay claras diferencias en el cómo se debe proceder ahora para evitar que Maduro se perpetúe en el poder.

La ausencia de consenso por parte de la comunidad internacional es notable. Desde un postura inequívoca de Paraguay (que optó por romper las relaciones), hasta posiciones de mediana temperatura (llamado a consultas a embajadores o encargados de negocios) o mantener inalterable los canales diplomáticos (caso de países de la Unión Europea). También está la política de sanciones de Estados Unidos, y en menor medida Canadá.A eso se suma el riesgo de que Venezuela pase a ser ahora un tema de disputa entre los dos nuevos gobiernos, en los países de más peso regional: México y Brasil. La polarización pública y la falta de acuerdos globales en la región favorecen a Maduro y le dan oxígeno a su régimen.

Internamente, en este inicio de 2019 también se vivió un punto de inflexión. El ascenso de Guaidó, junto al reconocimiento internacional de la Asamblea Nacional como único poder legítimo, abre paso a la posibilidad de que desde allí, desde el Parlamento, se pueda encontrar la vía para una transición post-chavista en Venezuela.

Una primera opción es a traves de las fuerzas armadas. Aunque en verdad sea un claro signo de debilidad, las fuerzas armadas se encargan de manera periódica de ratificar su apoyo a Maduro. Así lo hicieron este 10 de enero.La nueva estrategia opositora  apunta precisamente a hacer llamados constantes a los militares, para que éstos le retiren su apoyo a Maduro y favorezcan un cambio, dada la ilegitimidad que caracteriza al régimen. Sin embargo, aún es temprano para saber si será ese el camino.

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