Con apenas dos días de diferencia, hemos recibido en Venezuela dos claros mensajes que hablan del profundo grado de destrucción nacional. El chavismo ha llevado a Venezuela a la africanización. El país parece tener más semejanza con naciones del África Subsahariana que con sus pares de América Latina.
La primera estampa, en la que me detendré brevemente, la dio el ministro de la Defensa Vladimir Padrino López el pasado 5 de julio. Junto a un alto mando enfundado en uniforme de gala y charreteras, Padrino envió un mensaje similar al que tantos hombres fuertes han dado en países africanos en las últimas décadas.
Los militares tienen el poder de las armas y deciden quién ocupa el poder. En eso se sintetiza el mensaje del ministro. Las consecuencias son claras: no habrá ningún chance de que la oposición democrática acceda al poder en Venezuela de forma pacífica. Y eso pareciera dejar como único camino, tarde o temprano, un desenlace cruento.
Buena parte de los cambios en los países africanos tuvieron lugar por derrocamientos, golpes, contragolpes, celadas. El etcétera es largo. En no pocas oportunidades, tales acciones provinieron de las bases de las propias fuerzas armadas en contra de sus altos mandos. No habrá, políticamente, una salida negociada en Venezuela. Ese es el mensaje del ministro Padrino López. Cualquier otra interpretación termina simplemente en un galimatías.
Encovi 2019-2020
La otra señal inequívoca de que estamos africanizados fue difundida el 7 de julio. Ocurrió en la presentación de los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2019-2020. Los datos resultan demoledores. Tras 5 años de empobrecimiento acelerado, el país se parece más a algunas naciones africanas que a sus vecinos regionales.
La presentación de la más reciente Encovi -que viene aplicándose por 5 años por parte de universidades del país, ante la falta de cifras oficiales sobre pobreza- reveló que 96,2 % de los venezolanos está en algún grado de pobreza, medida esta por los ingresos requeridos para satisfacer las necesidades básicas. Entretanto, 8 de cada 10 venezolanos no disponen de dinero suficiente para comprar la canasta familiar de alimentos.
Los resultados fueron presentados por Anitza Freites y Luis Pedro España, investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello.
Al comentar los datos, Luis Pedro España resaltó cómo Venezuela desplazó a Haití en los indicadores comparativos, pasando a ser el país más pobre de América Latina y el Caribe. Según el investigador, al confrontar la situación de Venezuela con la de sus pares de la región, se acentúan las diferencias, en tanto que si se compara con naciones africanas se le percibe como una nación más semejante. “Venezuela dejó de ser parte de América Latina”, sentenció el investigador.
Al referirse a la expansión de la pobreza, España aseveró que en Venezuela “quien no es pobre es una minoría muy pequeña, que raya en lo invisible”. Tal esquema es el que se ha repetido en países africanos. Una pobreza extendida que sirve para el control social. Esta va acompañada de un sector minoritario que vive en burbujas de consumo y de una élite civil-militar en el poder, que controla la extracción de las riquezas minerales.
Acentuado control social
En Venezuela, entretanto, los pobres han acentuado su dependencia de los programas de transferencia de dinero del Estado. Para quienes están en pobreza extrema, 45 % de sus ingresos lo representan los “bonos” que les transfiere el gobierno a través de la banca oficial. Un mecanismo que otras ONG han denunciado, porque favorece el control social de la población.
Para medir la magnitud de la pobreza, se debe recordar que esos bonos o transferencias escasamente representan entre 1 y 5 dólares, con lo cual queda en evidencia la profunda depresión económica que afecta a millones de familias en Venezuela. Ni siquiera algunos países que han vivido varios años de guerra abierta y declarada presentan los datos que ahora hemos encontrado en la Encovi.
“Venezuela, en términos de pobreza, está dejando de parecerse a un país latinoamericano para parecerse más a uno africano. Son muy duras las cifras sociales del país”, comentó el economista y profesor universitario Luis Oliveros.
Diáspora en oleadas
Por su parte, Anitza Freites, en su presentación, resaltó cifras de la crisis migratoria, que ha sido la respuesta de la población ante la magnitud de la crisis económica y social. La diáspora, que se va registrando en oleadas, es otra característica de la africanización.
Casi un millón de venezolanos emigraron cada año entre 2017 y 2019, según la Encovi. En Venezuela, 1,6 millones de hogares tienen, al menos, un familiar que se ha ido en los últimos años. Según Freites, demógrafa de profesión, es probable que una vez que se supere el cerco sanitario por el coronavirus se registre un nuevo éxodo de venezolanos a países vecinos, en busca de oportunidades.
Uno de los cambios que se registró en los últimos años corresponde al perfil educativo de quienes se van. Freites recordó que, anteriormente, emigraban los venezolanos mejor formados. En el período 2019-2020, según Encovi, el 15 % de los venezolanos que huyeron de la crisis tenía escasamente estudios de educación primaria, en muchos casos incompletos.
La ola migratoria, por otro lado, ha provocado cambios familiares de primer orden. Se ha producido una feminización de la jefatura de los hogares venezolanos, así como un envejecimiento en la cabeza de las familias (60 años) ante la ausencia de hombres y jóvenes, que han optado por irse del país. Y esto, por cierto, también ha caracterizado a varios países africanos, producto de crisis prolongadas y, en no pocos casos, olvidadas por la comunidad internacional.
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