La tierra prometida tendrá que esperar

La tierra prometida tendrá que esperar - Conflicto en Medio Oriente, Mundial Rusia 2018

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“El problema de Medio Oriente es que Israel es un estado racista”. Con el teatro lleno, la frase es recibida sin ovaciones ni silbidos. Después de todo, Portugal es “un país de suaves costumbres”. Acá nunca gritan mucho, ni a favor ni en contra. Ilan Pappé, historiador israelí autoexiliado en Inglaterra por ser crítico de su país, acaba la exposición y da comienzo la ronda de preguntas. Levanto la mano antes que nadie e inquiero si hay algún estado de Medio Oriente que no sea racista. Su respuesta ensordece a un auditorio que ya estaba callado: “ése no es el problema”.

El problema no es el racismo. El problema es Israel. Entendido.

El 29 de noviembre de 1947, la asamblea general de las Naciones Unidas decidió la partición del territorio llamado Palestina por 33 votos contra 13. Hubo 10 abstenciones, entre ellas la argentina. El proyecto preveía la formación de dos estados, uno árabe y otro judío, e internacionalizaba la ciudad de Jerusalén. A regañadientes, los judíos aceptaron la mitad de lo que consideraban propio. Exitistas, los árabes fueron por todo. No les salió tan mal: Egipto y Jordania se repartieron los restos del nonato estado palestino, incluyendo media Jerusalén. Israel se quedó con el resto.

En guerras subsiguientes, Israel absorbió al resto de Palestina más la yapa: el Sinaí egipcio y el Golán sirio. Tampoco se privó de bombardear reactores nucleares en Irak y Siria. Pero el costo fue alto. Rechazado por el vecindario, Israel se ve obligado a participar en las eliminatorias mundialistas europeas. Otra fatídica consecuencia de la mala vecindad incluye su participación en Eurovisión, la competencia artística más kitsch del sistema solar que se realiza cada año en el país del vencedor anterior. Como este año, en Lisboa, ganó la israelí Netta Barzilai, en 2019 la competencia se realizará en Jerusalén. O no. Habrá que consultar a la AFA.

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