La renuncia del ministro de Hacienda Rodrigo Valdés muestra, una vez más, los problemas de liderazgo y hoja de ruta que ha tenido la Presidenta Michelle Bachelet durante toda su administración. Al nombrar a su tercer ministro de Hacienda en 41 meses, Bachelet confirma que la estabilidad y predictibilidad en el manejo económico del país nunca fueron sus prioridades.
Aunque a los pocos meses de asumir quedó claro que Valdés no podría corregir el rumbo económico de este gobierno, su presencia en Hacienda permitió frenar muchas malas decisiones que tomaba La Moneda y desactivar las erróneas intuiciones que tiene Bachelet sobre cómo fomentar el crecimiento y el desarrollo. Con su salida del gabinete, Valdés pone la lápida a la reforma previsional que anunció el gobierno. Pero ahora La Moneda queda con el camino despejado para poner toda la carne populista en la parrilla legislativa en su intento por evitar que Sebastián Piñera se convierta en el próximo Presidente de Chile. Aunque sabe que su gobierno tiene nula opción de aprobar nuevas reformas, Bachelet intentará anunciar reformas irresponsables para arrinconar a Piñera en posiciones impopulares. Después de todo, como ya lo ha hecho evidente, para ella hay cosas más importantes que el crecimiento económico y la estabilidad en el manejo de las finanzas públicas.
Por cierto, a estas alturas, y en lo que respecta a las reformas que el gobierno había anunciado para la última etapa, ya era irrelevante si Valdés se quedaba o se iba. Desde hacía meses era evidente que él no contaba con la confianza de Bachelet. Después del desencuentro sobre el rechazo del gobierno de Bachelet al proyecto minero Dominga, si Valdés se quedaba en su cargo, habría tenido nulo capital político para avanzar las reformas con las que se comprometió el Ejecutivo. Ahora que se fue, el gobierno tampoco tendrá el apoyo legislativo necesario para impulsar reformas que ayuden a enrielar la economía, pero eso importa poco, porque Bachelet no parece interesada en impulsar el crecimiento.
Algunos argumentan que la renuncia de Valdés le estaría facilitando la victoria a Sebastián Piñera, el candidato de Chile Vamos. Pero ese argumento ignora que el desencuentro entre Bachelet y su ministro de Hacienda le hizo un favor lo suficientemente grande a Piñera como para que el daño pudiera haber sido revertido si Valdés se quedaba. Con la salida de Valdés, dominarán en La Moneda, en los pocos meses de gobierno que quedan, las voces que creen que el capital es el enemigo del desarrollo.
No hay forma de ver el retorno de Nicolás Eyzaguirre a Hacienda con buenos ojos. SI bien tuvo un buen desempeño en la cartera durante el sexenio de Lagos —al punto que llegó incluso a considerárselo en la lista de los presidenciables—, el país ha cambiado mucho desde entonces y también Eyzaguirre parece haber cambiado una enormidad. El que otrora fue un ministro pragmático y razonable se ha convertido en el principal cheerleader de las reformas irresponsables y apresuradas de este gobierno. Después de pasar por Educación, donde dejó un legado que tomará años corregir, estuvo detrás de la reforma laboral y de la implementación de la gratuidad a través de una glosa presupuestaria (en vez de usar el camino institucional correcto de una ley). Pensar que su arribo a Teatinos 120 hará que Eyzaguirre vuelva a ser el de antes resulta un sueño imposible, aunque hay algunos optimistas que todavía creen que este gobierno alguna vez entrará en razón y volverá al sendero del pragmatismo concertacionista.
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