La falta de competencia daña a la democracia

La derecha no debiera celebrar la poca competencia que las encuestas registran en la campaña presidencial, porque la democracia se fortalece cuando hay una cerrada pugna entre, al menos, dos candidatos.

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Es comprensible que los partidarios de la candidatura presidencial de Sebastián Piñera se sientan especialmente ilusionados con la enorme ventaja que las encuestas dan al ex Presidente. Sus rivales están enfrascados en una pelea por el segundo lugar, pero ninguno de ellos parece lo suficientemente competitivo contra Piñera en segunda vuelta. Sin embargo, la derecha no debiera celebrar la poca competencia: la democracia se fortalece cuando hay una cerrada pugna entre, al menos, dos candidatos.

Si bien hace cuatro años la derecha estaba en ruinas y experimentó su peor derrota electoral desde el retorno de la democracia —lo que le permitió a la Nueva Mayoría tener el dominio absoluto en ambas cámaras del Congreso para echar a andar la retroexcavadora—, las cosas ahora aparecen mucho más favorables para Chile Vamos que para la moribunda coalición oficialista. De hecho, la Nueva Mayoría propiamente tal ya no existe. Dividida entre los partidos de izquierda (Fuerza de Mayoría) y el PDC, la Nueva Mayoría tuvo una corta vida que electoralmente empezó muy bien, pero que está terminando muy mal. Después de perder las elecciones municipales de 2016, la centroizquierda aparece encaminada a experimentar su peor desempeño electoral en una contienda presidencial desde 1990.

La historia nos entregará distintas versiones sobre las cuatro contiendas presidenciales que parecen encaminadas a producir la secuencia Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera, pero ya hay algunas lecciones que se pueden sacar de este singular período en la historia política de Chile. En 2005 y 2009 las elecciones fueron competitivas (más en segunda vuelta que en primera vuelta en 2009). Eso obligó a los candidatos a realizar esfuerzos superiores por buscar posiciones pragmáticas que atrajeran a los electores moderados. El peso relativo de los extremos era menor, en tanto la votación era obligatoria, y para ganar los candidatos no podían olvidarse de los electores que, no identificándose con sector alguno, tienen en la práctica posturas que se acercan al centro.

A partir de 2013 el voto ya era voluntario y la inscripción automática, lo que significa que, si bien todas las personas tienen la posibilidad de concurrir a votar, resulta muy fácil optar por no hacerlo. Al no existir el temor de una multa (que en realidad se aplicaba muy poco antes de 2012) y al verse moralmente liberados de ejercer ese derecho que también debiese ser una obligación, la mitad de los chilenos escoge no participar. Pero la decisión de abstenerse no se distribuye aleatoriamente respecto de las preferencias políticas de las personas: aquellos con preferencias más marcadas tienden a participar más, lo que les da más peso electoral a las posiciones extremas.

Como la contienda de 2017 también será con inscripción automática y voto voluntario —y además se inaugurará un nuevo sistema electoral a nivel parlamentario que baja las barreras de entrada a los partidos nuevos—, debiéramos ver todavía una mayor tendencia de los candidatos y partidos a buscar conquistar nichos políticos específicos. Eso debiera contribuir todavía más a la polarización. Si hay una cantidad suficiente de postulantes y partidos que levanten banderas de pragmatismo, el impacto negativo en la votación de sectores moderados debiese ser menor.

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