Transición en modo de campaña electoral

El período de transición entre gobiernos suele ser un momento fundacional en el cual los presidentes-electos dejan de lado la retórica de campaña para enviar un mensaje unificador. Pero Donald Trump, fiel a su estilo controversial, está manejando la transición como si aún estuviera en campaña.

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En Estados Unidos el traspaso de poder a la nueva administración se organiza durante el llamado período de transición. Termina el 20 de enero de 2017, cuando se juramenta oficialmente al presidente-electo. Durante este período el equipo de transición selecciona y anuncia los miembros del gabinete presidencial, se reúne con funcionarios de la administración saliente para conocer en detalle la agenda y el presupuesto de cada ministerio, y redacta documentos de orientación estratégica.

El período sirve también para consultar con Senadores y preparar las audiencias públicas de más de 1.000 altos funcionarios que requieren confirmación, así como para ver con legisladores iniciativas que el gobierno entrante buscará convertir en leyes. Durante la transición, el aprendizaje de los nuevos funcionarios (deben llenarse más de 4 mil cargos políticos) es crucial, particularmente si se carece de experiencia en el gobierno federal, pues ellos son quienes tendrán que encargarse inmediatamente de la compleja estructura administrativa del país más poderoso del mundo.

Pero esta transición tiene un sello singular. A más de un mes de haber ganado la presidencia por victoria en el Colegio Electoral (306 a 232), Donald Trump  continua actuando como si estuviese en campaña electoral: sigue siendo no-convencional, falaz, divisivo, impredecible, controvertido y contradictorio.

Estados Unidos continúa sumamente dividido entre quienes votaron por Trump y quienes no. El presidente-electo, que perdió el voto popular por más 2.5 millones de votos (65.4 a 62.8 millones), insiste que no ganó el voto popular porque hubo “millones” que votaron ilegalmente por Hillary, demostrando así su frágil ego. Desde luego, jamás admitirá lo dividido que se encuentra el país y que no tiene mandato popular claro. Si bien en los primeros días de su presidencia tamizó gran parte de sus principales promesas electorales, en la últimas semanas se ha dedicado a recordar su mensaje divisivo en un tour de agradecimiento por varios estados. Reitera que construirá un muro en la frontera y que México lo pagará, y continúa amenazando que deportará a millones de inmigrantes y que derogará la ley de seguro médico de Obama (que cubre a unos 20 millones de ciudadanos).

Twitter continúa siendo el modo de comunicación preferido de Trump, pues le permite saltear a los medios tradicionales, y hablarle directamente a la gente sin intermediarios.  A través de la red social, Trump insulta, descalifica, provoca o atemoriza a los medios u otros detractores (políticos, analistas, sindicalistas, comediantes) cuando tratan temas que no lo favorecen y cuestionan  la veracidad de sus pronunciamientos y su estilo de hacer política. Así también presiona a compañías farmacéuticas por el precio de medicamentos, a Boeing por el excesivo costo del nuevo avión presidencial, o a Carrier por despedir empleados y querer transferir su fábrica a México; y amenaza imponer un arancel del 35% a productos importados de compañías que mudaron sus operaciones de suelo norteamericano. Vía tweets anuncia  sus nominados para el gabinete así como sus viajes, reuniones y conversaciones con líderes mundiales. Y durante todo este extraño período de transición no ha ofrecido ninguna conferencia  de prensa.

Los medios de comunicación, por su parte, se dedican a sobre-analizar y amplificar cada uno de sus tweets. En este sentido, no se puede negar es que Trump tiene un total dominio de la agenda mediática, la que logra cambiar constantemente.

En temas de política exterior, el presidente-electo ha hecho sonar alarmas dentro del Departamento de Estado por sus modos poco convencionales: ignora prácticas protocolares tradicionales al comunicarse con líderes de Filipinas, Pakistán y Taiwán,  aparentemente sin haberse informado sobre el estado de las relaciones con esos países, y se rehúsa a recibir informes diarios de inteligencia y seguridad nacional. Quizás el tema más controvertido fue su rechazo a las conclusiones de la CIA que revelan interferencia cibernética de Rusia en el proceso electoral.

Una de las principales promesas de Trump durante la campaña era “vaciar el pantano”, es decir sacar al “establishment” del poder. Sin embargo, los políticos, generales y magnates multimillonarios seleccionados para su gabinete no dejan de ser del “establishment,” pero se trata de un “establishment” diferente. Todo el gabinete proviene de la elite conservadora del sector financiero y empresarial. Excepto por los militares, el gobierno parece una plutocracia. Aquella promesa de campaña también parece estar en contradicción con no haber hecho pública su declaración de impuestos. Trump tampoco parece dispuesto a desligarse de sus bienes e inversiones—generando cuestionamientos sobre conflicto de intereses.

Su postura nacionalista, estatista y proteccionista, contraría los tradicionales principios del mercado y comercio libre, y sus comentarios revisionistas vis-a-vis Rusia y China han alarmado a los medios, a congresistas, analistas y hombres de negocios. Temen éstos que sus comentarios irreflexivos se conviertan en políticas que desestabilicen el ya frágil orden internacional en perjuicio de Estados Unidos. Para ser confirmado secretario de estado, Rex Tillerson—el CEO de ExxonMobil que posee fuertes lazos personales con Vladimir Putin—tendrá que demostrar que posee cierta autonomía de pensamiento y autoridad para contrarrestar tendencias impulsivas e irresponsables en política exterior. 

Una vez que asuma como presidente, ¿abandonará Trump los tweets ligeros e intuitivos, la narrativa falsa y la retórica divisiva que todavía emplea? ¿Podrá el “outsider” y novato en temas gobierno manejar los delicados y complejos temas domésticos e internacionales que enfrentará? Gobernar un país no es lo mismo que manejar una empresa de familia.

La lógica indica que, por los menos, Trump no deberá transgredir demasiado los  principios conservadores Republicanos, y es muy probable que sus tentaciones más radicales sean moderadas por la tradición centrista de la política norteamericana, así como por los pesos y contrapesos del estado de derecho,  y sin duda,  por medios como CNN, NBC, el Washington Post y el New York Times, que ya le están marcando el paso, cuestionando sus  nombramientos y verificando sus aseveraciones. Sin embargo, lo mismo se pensaba durante su campaña presidencial y hoy Donald Trump es el 45to presidente de Estados Unidos.

Rubén M. Perina es Profesor Adjunto de Estudios Latinoamericanos y Hemisféricos en la Elliot School of International Affairs, George Washington University. 

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