En la duda, rechaza

La experiencia comparada de procesos constituyentes, especialmente la de América Latina —región de la que seguimos siendo parte, por más que hayamos entrado a la OECD, igual que Colombia o México— es bastante menos auspiciosa de lo que quisieran creer los promotores del Apruebo.

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Cuando uno se enfrenta a una decisión en la que no hay mucho que ganar pero sí mucho que perder, lo más razonable es no embarcarse en esa aventura. El proceso constituyente que se iniciará en el caso de que gane el Apruebo en el plebiscito del 25 de octubre implica una serie de riesgos que pueden llevar al país por el sendero de crisis e inestabilidad por el que ya transitan muchos otros países de América Latina. Aunque también existen oportunidades asociadas con la redacción de una nueva constitución, el valor de lo que se puede perder es sustancialmente superior al valor de lo que se puede ganar.

Los defensores del proceso constituyente reconocen que no hay nada garantizado y que, en el mejor de los casos, el nuevo texto será parecido al actual, pero sin el pecado original de la Constitución de 1980. Para ellos, tener una constitución que no haya sido inicialmente promulgada en dictadura justifica los riesgos que implica iniciar un proceso constituyente. Pero ese argumento pone demasiado énfasis en el origen de la constitución y no en el contenido. Una constitución se puede legitimar en su ejercicio. Llevamos 30 años con una democracia que incuestionablemente ha venido mejorando. Chile es hoy mucho más democrático de lo que era en 1990 o incluso en 2010. De hecho, el gran mérito de nuestra democracia ha sido su capacidad de desarrollarse y profundizarse pese al origen autoritario de su constitución.

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